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26-30, M
Er ist nur ein ganz normaler Junge, in einer Welt die bei Ungeheuern bewohnt
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AnneRoss · 22-25, F
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Las lágrimas invadían su rostro, nublando su visión a medida que su llanto se intensificaba a pesar de sus intentos por contenerse. Había un dolor en su pecho que le debilitaba. Un dolor que, más que ser físico, era emocional: tenía el corazón roto. Podía sentir como la fuerza en el cuerpo se le desvanecía, a medida que le escuchaba hablar, y el escuchar su voz sólo le resultaba una tortura, más bien temerosa de qué podría salir de su boca, ¿sería otro insulto? ¿Otra mella a la confianza que tenían, otro rastro de resentimiento? Insistió en el “vete”, pero su voz fue un murmullo ronco inteligible, ahogado por los sollozos y quejidos.

Qué lamentable era su imagen, su aspecto tan frágil y vulnerable. Se revelaba la verdadera naturaleza de la pelirroja, cayéndose los muros que se había construido para protegerse. En ese momento, reflejado en su mirar desconsolado e irritado por tanto llorar, temblaba. Y aunque quiso interponer sus manos entre ella y él, retrocediendo para evitar el contacto, fue imposible ya que la fuerza Cedric superaba por mucho la que ella tenía en ese instante. Y a pesar de las intenciones ajenas, su cuerpo sólo se tensó más al ser rodeada con sus brazos.

–Por favor, suéltame. –respondió en un susurro quebrado, a la vez que sus brazos trataban de liberarse del agarre de los masculinos, empujando con las manos atrapadas en medio de ambos torsos. Aunque tras el paso de algunos segundos, percibió cómo su cuerpo cedía y se ablandaba en el tacto y calidez que tanto había necesitado durante esos días, ese bienestar y cariño que había extrañado tanto, a pesar de que sus palabras dijeran una cosa, su lenguaje le pedía lo contrario.

Finalmente fueron sus palabras las que terminaron de ablandar su lucha, haciéndola ceder completamente al tacto, aunque forzoso en un principio.

La brisa nocturna se colaba despacio contra ellos y las lágrimas en su rostro dejaban un rastro de frialdad que fue rápidamente reemplazado por el tacto de sus dedos. Anne le miró a los ojos y redescubrió en ellos al hombre sensible y comprensivo del que se había enamorado, allí, en la tristeza y preocupación de su mirada.

–Y yo tampoco… yo… –le fue difícil pronunciar siquiera esas palabras, sentía que si usaba su voz, una avalancha de llanto vendría a ahogarla, a empeorar los espasmos que daba su cuerpo cuando el llanto se volvía incontrolable. Anne abrazó a Cedric con fuerza e hundió el rostro en su pecho, refugiándose en el amor que sentía por él y que, tras escucharlo, pensaba que él sentía por ella. – L-Lo siento, lo siento tanto.
 
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