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Si bien, su prioridad no era el mantener el negocio de vinos, no era algo que podía abandonar simplemente por que sí. Después de todo, era el fruto del esfuerzo de su padre. Diluc contaba con un habilidoso asistente, quien era el encargado y principal motivo por el cual el Viñedo del Amanecer crecían en cuanto a prestigio día con día. Pero aún con un representante con tal reputación, había ocasiones en las que el joven maestro debía hacer acto de presencia y este era uno de esos días.

El que Inazuma abriera sus fronteras, era algo inédito. Un nuevo mercado el cual podrían explotar. Y hablando de reputaciones, había alguien quien no necesitaba tarjeta de presentación cuando de viajes en alta mar se trataba. Era la candidata ideal para transportar mercancía de una nación a otra. Tal es la fama de esa capitana que no era necesario mencionar su nombre. Un par de cartas y el encuentro fue acordado. Claro que esto le resultaba fastidioso a Diluc pues, el tiempo invertido en ir a Liyue a encontrarse con la pirata era tiempo que podía invertir en investigar más sobre la Orden.

Llegar a la nación vecina no era nada novedoso, pero ir al Alcor, aquella famosa embarcación sí levantaba un poco la curiosidad del pelirrojo. El subir al barco y ver de primera mano el lugar dónde tantas historias acerca de su tripulación y capitana se habían llevado a cabo, ¿que tanto sería real y que tanto una exageración de la misma gente? Los miembros del lugar recibieron animosos al joven, estaban enterados de sus propósitos de hacer negocio con su líder. Había mucho que ganar y nada que perder. Pero... ¿Y Beidou? Barrió la borda, en búsqueda de la silueta de tan imponente figura.