Se sentía como una niña indefensa en sus brazos, como si naturalmente esa mujer fuera capaz de derrumbar sus muros, tanto que le causaba nostalgia. Nunca tuvo una infancia, nunca pudo ser ella misma... Desde el momento de su nacimiento fue una pieza más en el tablero de la guerra. ¿Como es que todavía tenía corazón? —Nadie me había dicho nunca algo como eso.— Detuvo las caricias en su cabello al tomar suavemente la mano de la maestra con la propia. —¿Cómo es que siempre sabes qué decir?...
Estaban justo en medio de una futura guerra, su apellido la había llevado a cargar un gran peso sobre sus hombros y difícilmente se permitía creer por un momento que las cosas podrían estar bien. La profesora continuó con sus caricias tratando de brindar calma a la emperatriz y negó a su cuestión con su cabeza. - Edelgard, todos en algún momento anhelamos un escape. Que pienses eso no te hace tonta, te hace como todos los demás. Todos tenemos dificultades, no esta mal de vez en cuando pedir un respiro entre tanto caos.-
Le habría gustado decir lo mismo, pero su corazón albergaba tantas dudas, aún estaba temerosa de abrazar completamente quién era, pero sabía que estaba por llegar un momento crucial, en el que ella y solo ella debería tomar decisiones difíciles.
Se acomodó, prácticamente se había hecho un ovillo recostada sobre sus piernas. Las yemas de sus dedos acariciaban suavemente la rodilla de la maestra. —Quizás... si permaneces a mi lado. A veces todo se siente como un sueño, ¿Es tonto o ingenuo que piense eso?
- Quizás... nos tenemos los unos a los otros, no hay forma en la que pueda imaginar que algo saldrá mal. - Respondió mientras sus dedos acariciaban su cabello con delicadeza.
