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El ángel caído la observó sin inmutarse. Un efecto natural, pensó, la reacción de su hermana pequeña. La dejó sacar la rabia y la frustración que oscurecían su corazón, y entonces se permitió acercarse. La tomó por los hombros, sin permitirle apartarse la acercó hacia sí, rodeándola con sus brazos. —¿De verdad crees eso, Azrael?— Susurró. —Él, omnipotente, omnipresente, eterno... nada le pasó. Nos abandonó. Ya se le ha hecho costumbre abandonar a sus hijos en la miseria.
 
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