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Para Audric, desde hacía mucho tiempo, no había distinción entre un día u otro. Estos continuamente se entremezclaban, con la penumbra de la noche derramándose en el cielo del día solo para terminar por diluirse en la luz del sol cada mañana, semanas enteras convertidas en un difuso borrón dentro de su mente. Eran pocas las situaciones —o aun más las personas— que se volvían excepciones, haciéndole sentir presente.

Una de estas últimas, era Will.
 
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WillowMoore · 26-30, F
Su sigilo, sin embargo, era como la brisa que se colaba por las rendijas abiertas de sus ventanas que mecían con ligereza las delgadas cortinas de su apartamento que a penas y cumplían su cometido de protegerla del exterior; "Mejor no tener", había dicho una vez Marsh, durante una de sus visitas, pero ella sólo las contempló, con la mirada tan perdida como ahora.

Ahora.

Ni siquiera había sido el chirrido de los vagones al frenar el que la había sacado de su estupor, o la voz robotizada que resonaba floja e inerte en el recinto, ni la alarma de que las puertas se cerrarían, o los empujones de la gente sobre su menudo cuerpo, como si no fuera nada, ni siquiera una cortina delgada y transparente. Fue otra cosa. Fue el sonido de su nombre al salir de entre unos labios que se materializaron en su cabeza antes de que si quiera volteara a ver de dónde salían.

"¡Willow!"

¿Así sonaba su nombre a la intemperie? ¿Con esa suerte de resonar que sobresalía de entre el ruido blanco?
 
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