"Una herida se convierte en una cicatriz de la misma manera en que una experiencia se convierte en una memoria, y se distorsionan de la misma forma con el paso del tiempo, convirtiéndose en un símbolo más que en un hecho; en un sentimiento más que en un recuerdo."
—Estaba absorta en esa mirada que, por muy melancólica o distante que fuera, siempre era profunda y absorbente. Tan perdida estaba en ella, que no anticipó que aquellos brazos la rodearían de esa manera. Parecía irreal que esos brazos que sólo había visto sostener barandales de metal ahora la envolvieran, y que se sintieran tan ligeros y reconfortantes como nada que recordara. Algo le golpeteaba el pecho, ¿era su corazón? ¿Por qué se había acelerado tanto? Sus manos seguían sosteniendo ese rostro, sus ojos seguían fijos en los de él, pero ahora percibía su aroma, siempre con un toque a cigarro, pues inevitablemente la distancia entre sus rostros se había acortado. En ese contacto, entendió algo que no podía explicar, y sus ojos cerraron, como si de esa forma pudiera degustar mejor el torrente de cosas que sentía, y recargó su frente en la barbilla ajena.— Regresaste a casa.
En medio del imperante silencio que les rodeaba, aquel susurro hizo eco en su pecho, dándole un vuelco a su corazón; ese vacío que había sentido de principio se llenó de súbito con una calidez que parecía arremolinarse placida y rítmicamente. El tacto suave de sus manos, que sostenían su rostro, le hicieron rememorar de golpe el recuerdo distante de lo que era la gentileza, mientras que sus ojos miraban perdidamente, en el fondo de los ajenos, aquel destello distante de mudo anhelo. Quería decirle de forma vehemente que lo haría, incluso prometérselo, pero las palabras se atoraban en su garganta al sentir que estas no eran suficientes. Fue entonces que de forma casi inconsciente alzó la diestra con lentitud, haciendo una breve pausa primero al hesitar por un instante, pero enseguida la zurda le siguió, para rodearla por los costados en un abrazo que esperaba pudiera decir lo que su voz no. — ...
—El tacto de esa inesperada mano sobre la piel de su dorso era reconfortante, y rápidamente su sentir se enfocó en lo abultado y suave de esas nuevas cicatrices que su yemas acariciaban. Las palabras de Audric dirigir su mirar hacia sus labios, que se notaban rígidos aún cuando se movían y la calidez de su voz al hablarle la sorprendía casi tanto como lo que le decía. ¿Realmente le importaba lo que ella quería, o le estaba otorgando una gentil indulgencia como había hecho cuando compartían esas charlas nocturnas? Parpadeó con pesadez; no quería pensar en esa pregunta.— Quédate. —dijo, casi como un susurro, y subió la otra mano para acunar ese rostro entre ambas manos, mirándole con anhelo inerte a los ojos.—
De principio parecía hacer caso omiso a aquella simple observación, sin reaccionar tampoco ante la cercanía de esos dedos a su rostro. Sus ojos, que compartían el mismo tono oscuro que los de Willow, la observaban con detenimiento y a su vez, cierta expectativa. — Lo que tú quieres es importante, Will. — Finalmente, alzó una de sus manos, presionando la palma contra el dorso de la ajena de forma gentil, logrando que aquellas yemas delicadas se presionaran contra las cicatrices que aún poseían un tono vívido; evidencia de heridas que apenas recién habían sanado. — Me quedaré.
No esperaba esa pregunta, pero en realidad nunca esperaba nada. Parpadeó con pesadez, pero sus ojos oscuros seguían fijos en el rostro de Audric, y notó un par de cicatrices nuevas. No lo pensó, y estiró la mano hacia arriba, como si sus dedos delgados y pálidos no pudiesen contenerse de querer tocarlas.— Son nuevas.— acotó, y sus dedos estaban tan cerca de esa piel, que sintió el calor ajeno acariciarle las yemas de los dedos.— Nunca nadie me pregunta qué quiero, pero creo que quiero eso.
No sabía si eran las palabras de Willow como tal, o más bien la naturalidad con la que las decía, que le hizo sentir un hueco en el pecho tras escucharla. Sintió el impulso de querer protestar y contestar a esa pregunta, pero apretó los labios para contenerse de caer en una hipocresía. Sus párpados se entrecerraron, y suavizando su voz, le contestó. — ¿Quieres que me quede?
—El trabajo.— repitió, como para reafirmarse.— ¿Qué clase de lugar mejor podría haber para mí? La vida sigue igual, misma casa, misma boutique. —bajó la mirada.— ¿Te irás de nuevo?
— A veces... Tengo que ausentarme y no alcanzo a despedirme. Ya sabes, el trabajo. Pero pensé en ti. Imaginaba que habrías encontrado un lugar mejor. ¿Sigues trabajando en la boutique?
