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Para Audric, desde hacía mucho tiempo, no había distinción entre un día u otro. Estos continuamente se entremezclaban, con la penumbra de la noche derramándose en el cielo del día solo para terminar por diluirse en la luz del sol cada mañana, semanas enteras convertidas en un difuso borrón dentro de su mente. Eran pocas las situaciones —o aun más las personas— que se volvían excepciones, haciéndole sentir presente.

Una de estas últimas, era Will.
 
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En el haber elusivo de ambos, curiosamente, parecían coincidir de manera constante aunque fugaz, y cada vez que pasaban varios días entre sus encuentros no podía evitar sentir ese molesto nudo en la boca del estomago; aquella sensación que, a pesar de cuan palpable la sentía, le resultaba confusa. ¿Era preocupación genuina, o tan solo era el deseo de volver a verla disfrazado de añoranza? Por lo general era él quien no solía estar en casa, pero había decidido tomarse un tiempo para sí mismo, y hacíase ya una semana desde la última vez que compartieron un cigarrillo en la escalera de servicio, fuera de sus respectivos apartamentos.

De cuando en cuando, se asomaba, con la esperanza de ver su silueta enmarcada por el perpetuo fulgor de Los Ángeles. Aquellos ojos cansinos, con cada lento parpadeo devorando en el pozo de su negrura el brillo de aquellas luminarias mientras el cabello le acariciaba la cara.
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