—Estaba absorta en esa mirada que, por muy melancólica o distante que fuera, siempre era profunda y absorbente. Tan perdida estaba en ella, que no anticipó que aquellos brazos la rodearían de esa manera. Parecía irreal que esos brazos que sólo había visto sostener barandales de metal ahora la envolvieran, y que se sintieran tan ligeros y reconfortantes como nada que recordara. Algo le golpeteaba el pecho, ¿era su corazón? ¿Por qué se había acelerado tanto? Sus manos seguían sosteniendo ese rostro, sus ojos seguían fijos en los de él, pero ahora percibía su aroma, siempre con un toque a cigarro, pues inevitablemente la distancia entre sus rostros se había acortado. En ese contacto, entendió algo que no podía explicar, y sus ojos cerraron, como si de esa forma pudiera degustar mejor el torrente de cosas que sentía, y recargó su frente en la barbilla ajena.— Regresaste a casa.