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Campaña I: A la entrada del inframundo.
 
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Las flechas volaban a la misma velocidad que las flechas de la señora de las bestias, Artemisa, en conjunto con sus fieles cazadoras. Si los soldados enemigos decidían utilizar sus escudos para protegerse del ataque, realmente era una mala idea o deseaban darse unos minutos de masoquismo. La carne de los soldados empezó a arder al rojo vivo, los escudos emanaban un humo blanquecino ¡olía a carne quemada! eran sus antes fuertes antebrazos que eran carne sobre una sartén caliente. Horacio no tenía nada que temer, pues su cohorte se encontraba en un lugar estratégico.
— Vengan Atenea y Ares — ronroneo juntando amabas manos detrás de su espalda — los estaremos esperando.
Y con el mentón desafiante, se sumergió en las sombras de la noche.
 
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