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Un año desde la desaparición de Antonella. Habían dicho que estaba muerta. En un cementerio cercano la azabache visitaba a un ser querido.

Varias pistas recientes llegaron a Nina insinuándole que su esposa estaba con vida, era algo poco de creer pero las pruebas lo indicaban.
La italiana escucho en aquél cementerio lejano unos tacones, alzo su mirada fría hasta toparse con aquellos ojos verdes que reconocía perfectamente.
 
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Esas palabras también le robaron una sonrisa y haciendo uso de su auto control, decidió que lo mejor era irse.

– Tú nunca cambias.

La soltó al fin y dio algunas caricias a sus hombros, queriendo quitar las arrugas que había hecho. Nina le mira un instante antes de besar la punta de su nariz.

— Sí, ya te preparé la cena así que puedo irme tranquila. Descansa y... llámame cuando me necesites.
 
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