Tal y como era de esperar, a Hephaestion no le costó mucho ver el modo en que su rey intentaba evitar aquellos temas, pero aquel que hacía referencia a Olympias, su madre, era el que menos quería escuchar. Fue inevitable que el macedonio de larga cabellera castaña escondiese una corta sonrisa divertida en los labios en lo que sus ocelos turquesas descendían hasta el vino que se mecía en el interior de su copa. ▬Ella tan solo se preocupa por tu bienestar, Alexander▬contestó pese a la negativa del rubio con no proseguir el tema, pero no podía evitarlo, quizá por que él veía a Olympias como una mujer respetable o por que en ocasiones incluso gustaba de colmar un poquito la paciencia de su mejor amigo. Permaneciendo poco después en silencio, prestó atención al momento en que el soberano dio aquella orden a Bagoas. Ese sirviente, desde que su amado compañero posó los ojos sobre el persa no terminaba de notar una espina en su pecho, pero todo dolor desaparecía cuando este le anteponía por sobre los demás. Hephaestion así era feliz. La felicidad de su rey, de su amado, era más que suficiente para él. Con la figura Bagoas desaparecida detrás de la puerta llevó su mirada una vez más hacia el rostro de su compañero y, luego de ver solamente aquella sonrisa, él no pudo controlar una en sus propios labios, bajando sus brillantes luceros una vez más hasta su copa en un gesto cohibido.
▬Alexander...▬llamó y pausó. Seguidamente alzó de nuevo la vista y la dirigió en dirección a la puerta que llevaba a la amplia terraza▬.¿Has contemplado la luna esta noche? Se muestra brillante y gloriosa.