El manto de la noche cubría con delicadeza los cielos de Babilonia. El interior del inmenso palacio persa estaba tranquilo a excepción de algún que otro griego recorriendo sus anchos pasillos. Por su parte, Hephaestion sentía las como los brazos del insomnio le abrazaban, impidiendo que cerrase sus orbes turquesas y se mantuviera distraido leyendo algún que otro papiro a la par que daba pequeños sorbos a su copa de vino. Aún así, en su mente tuvo la clara visión de que su rey, su querido y amado amigo, todavía permanecería despierto, por lo que fue inevitable que sus ansias por visitarlo le guiaran. Rellenó su copa y sirvió una segunda antes de tomar ambas y salir de sus aposentos para ir con paso calmado hasta las cercanías de la habitación ajena. Viendo que se encontraban las piertas medio abiertas y que se vislumbraba algo de luz. El noble macedonio sonrió con levedad y siguió su camino, sintiendo como la leve brisa nocturna removía su túnica abierta. Tras abrir de a poco una de las puertas, entró sin tomar permiso, pues no lo necesitaba, y desde la entrada analizó a su querido rey, su amado Alexander.
▬¿No puedes dormir? ▬interrogó sin perder la corta sonrisa de sus labios antes de caminar hacia donde este se encontraba.