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Sin duda era la primera vez que la veía así. Tan vulnerable, emocional y sincera. Tan humana. Tan siquiera escuchó la voz de Dios en su cabeza, fue un silencio y entre su consciencia que rememoraba en imaginarios pasos el tiempo de visitas hacia el consultorio e interacciones que mayormente se había perdido por su adicción. Se había comenzado a encorvado un poco al frente, recargando los codos sobre las rodillas. Suspirando con pesadez mientras el rostro de su médico se alojaba en el hombro.

—Angie —llamó con voz suave, casi desanimada—, seguramente habrá un día dónde abran la puerta cargando armas y queriendo reventarme el culo a plomos. Es mi mierda, a lo que juego.

Llevó una de las manos al costado del sillón, una botella de aguardiente sellada fue lo que tenía ahora.
 
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