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Se conocía, y lamentablemente tan bien como para ser sensato por primera vez. Decir que la quería sería demasiado, no se permitiría a pronunciar tales palabras, no él, el drogadicto contradictorio que se sentía en un papel confuso en la vida. Tan solo suspiró, se iba acercando de nuevo y no dudó en tomarla ahora por la cintura, y una vez estuvo tan cerca cómo para sentir sus labios rozar con los de ella habló por lo bajo, sólo unas breves palabras antes de besarla una vez más.

—Sí aceptas eso, me quedaré contigo.
—Es la primera vez que te beso y sólo dices eso. No esperaba hacerlo tan mal.

Río socarrón. Estaba cansado, adolorido, y ella seguía allí tratando de mantener ese perfil de doctora. A veces le molestaba lo poco que Angie se permitía sentir, y no la culpaba.

—Un poco de estas con alcohol y otras pastillas serán un buen cóctel.

Las guardó en su bolsillo, ya que no las tomaría ahora. En su lugar se permitió sentir ese beso, y su mano instintivamente se fue hacia el mentón de la rubia. No quería que se separara, no tan rápido.

—Angie —Murmuró mirándola a los ojos, luego a los labios—, me vas a odiar sí decido hacer algo.
Se incorporó entonces, tomando algo que llevaba en el bolsillo de su falda, el sonido distintivo de un empaque con medicamentos; separó dos píldoras del empaque, que se veía ya usado, y se las extendió.

—Es vicodín. —Susurró levemente. —Es una dosis necesaria solo para el dolor, no te va a mandar mucho más lejos de lo que estás ahora. La costilla tardará en sanar mucho más de dos días, pero sé que no vas a respetar eso.

Se inclinó un poco hacia él, dejando un pequeño beso en su mentón, cuidadoso, antes de susurrar para él:

—Ambos... estamos en medio de una mierda... ¿cuál sería la diferencia? Pero... no quiero que pienses que... te estoy pidiendo algo. Solo quería que lo supieras. No pensaba que siquiera me tuvieras en cuenta de esta manera.
Trató de componerse un poco, mientras terminaba de limpiar las heridas que tenía sobre su espalda, envuelta en un silencio más bien vergonzoso; sus manos temblaban propiamente, y su cabeza iba con celeridad entre los pensamientos... ¿había pasado? ¿qué significaba eso? Su rostro quedó completamente enrojecido. y la idea de que estaba sobrio daba vueltas una y otra vez...

Palpó con los dedos un enorme moretón que tenía al costado, tras haber acabado con los cortes que tenía, quizá provocándole un dolor punzante, pero con ese tacto simple se percató de que tenía una fisura en una costilla; no era una fractura, pero dolería de manera muy similar.

—Aless. —Pronunció finalmente, en un tono suave. —Tienes... una fisura en una costilla. —Dejó la mano sobrepuesta en ese sitio, sin hacer presión, solo tocándolo muy suavemente. —No hay mucho que se pueda hacer, excepto esperar a que sane por sí sola... [...]
Quería continuar, sus manos se alojaron en la cadera de la rubia, manteniendo una respiración entre cortada y fuerte. Suspiraba, en ese deseo de dejarse llevar tenía sus dedos en la camisa de la doctora con intención de levantarla...
Pero ella volvió en sí, apartándose, dejándolo desconcertado, pues al principio no entendió. Fue sólo de escucharla que quedó con los ojos tan abiertos como pudo, el ser chino era una desventaja en eso. Y ahí, una ruborizada Angie preguntando sí estaba bien luego de haberse querido comer la boca. Alessandro carcajeó con fuerza.

—No, duele como la mierda, creo que algunas se volvieron a abrir incluso.

Recargó la nuca contra el respaldar del sofá, mirando el techo con aquella molesta luz intermitente.

—En fin, al parecer el trabajo es lo primero. ¿Faltaba mi espalda, cierto?

Se dió la vuelta, su espalda algo ensangrentada, moreteada y cortada. Sí no tenía una costilla rota era suerte.
Advertía ese sabor a alcohol en su boca, al parecer no era el único que había estado bebiendo. Aquella imagen de una responsable doctora se perdía para él, y le divertía, pues ella era igual de intrépida. Atender heridas bajo efectos del etanol no era muy profesional de su parte. ¿Y a quién le importaba? Sonrió en el beso, disfrutando el momento. Podía sentirlo, una mujer que se quería llevar por sus emociones, pues al hacerse sobre él con los brazos rodeando la nuca es que había perdido noción del daño que le estaba haciendo.
Y Aless no chistó, la dejó ser. Cansado estaba de tanta preocupación por unas heridas que ya había demostrado que no le importaba en lo más mínimo atender correctamente.
[....] Tocó sus labios nuevamente, por ella misma está vez, alzandose un poco contra él y rodeando propiamente su cuello con los brazos, dejándose caer suavemente sobre su pecho hasta que volvió a recargarse en el sofá... Pensó de pronto en las heridas de manera nitida, sacándola de esa especie de fantasía en la que estaba envuelta, y entendió que estaba pasando realmente. Su reacción consecuente fue la de volver a alzarse, retirando las manos como si quemara, con el corazon y los sentidos completamente alertas.

—Tus heridas. —Mascuyó, con el rostro enrojecido y los labios punzando suavemente. Tuvo que respirar un poco. —¿Estás bien?
Iba a decirle que no podría pedirle nada. Que no esperaba nada ante todas las palabras que dijo antes. Su cabeza trabajaba demasiado rápido después de haberle pedido que le diera la luz del teléfono, pensando en que iba a contestar si había preguntas, si no, si... Lo que no pudo predecir fue que la besara; fue tal su impresión que pensó que estaba alucinando por todo lo que había tomado antes de venir, que ese gusto a alcohol que había dejado en su boca. Fue como si el mundo de hubiera detenido en ese momento.

Dejó el teléfono a un lado en el sofá, aún con la lámpara encendida, y subió sus manos, frías por el vodka, para tocar sus mejillas con las yemas de los dedos, de forma delicada, completamente diferente a su tacto normal; se permitió dejarse llevar por esa situación, —ilusión— durante unos momentos, unos segundos dónde se enfocó en su boca, temblorosa, sofocada.

—No está pasando. —Susurró, como si quisiera sacar de su cabeza aquella imagen. Pero los sentidos vivos le indi
Con ayuda de una cuchilla de bolsillo la abrió, y no dudó ningún instante en beberla hasta sentir la garganta rasposa.

—Hoy estoy más sobrio que nunca, mañana quién sabe.

Volvió a beber.
Sin embargo, al verla ahí, tan cerca, con emociones y confesiones sinceras respiró hondo, esta vez sin llamarla la tomó del mentón, forzando a que lo viera al rostro.

—Sí te quedas te llevaré a la mierda conmigo.

Pactó sus palabras en un arrebatado beso. Esa osadía de hacer y deshacer, impregnando de alcohol los labios de la doctora, invadiendo incluso su cavidad bucal con ayuda de su lengua. Por primera vez, al probar los labios de la rubia Alessandro pudo sentir cierto nerviosismo en sobrepasarse un poco con alguien.
Sin duda era la primera vez que la veía así. Tan vulnerable, emocional y sincera. Tan humana. Tan siquiera escuchó la voz de Dios en su cabeza, fue un silencio y entre su consciencia que rememoraba en imaginarios pasos el tiempo de visitas hacia el consultorio e interacciones que mayormente se había perdido por su adicción. Se había comenzado a encorvado un poco al frente, recargando los codos sobre las rodillas. Suspirando con pesadez mientras el rostro de su médico se alojaba en el hombro.

—Angie —llamó con voz suave, casi desanimada—, seguramente habrá un día dónde abran la puerta cargando armas y queriendo reventarme el culo a plomos. Es mi mierda, a lo que juego.

Llevó una de las manos al costado del sillón, una botella de aguardiente sellada fue lo que tenía ahora.

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