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sacó del bolsillo una navaja mientras se iba acercando con furia iracunda estilando de sus ojos, aunque a pasos lentos y arrastre de pies, se iba acercando hasta quedar detrás de él. Sobre su hombro pudo ver a Alena, llorando, sufriendo, el como su pequeño cuerpo había sido manchado en la leche del ruso, sangre y quién sabe Dios que otro fluido. El gordo parecía haber acabado varias veces, el maldito era un toro sin pastillas.
Más la sombra de él lo delató, el bastardo pudo ver la figura de Aless tras de sí. Se volvió con mayor velocidad, dándole un golpe directo al estómago que volvió al suelo entre vómito y dolor.

—Tu pequeña putita aprieta bien —afirmó el hombre después de olerse los dedos y meter la polla en el pantalón—, sí no tenías dinero para pagar tus mierdas podías habernos dado a esta niña para divertirnos un rato.

—Vete al diablo —respondió Aless entre quejidos—, tú y tu pene pequeño que ocupa niñas para sentir que puede hacer aunque sea cosquillas.

Aquello (.
 
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