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el arma.
Se aprovechó de eso, Alessandro se arrastraba hasta dar con la pistola, cargó y no dudo en dispararle tiro tras tiro hasta acabar el cartucho, contra la pared el cuerpo de Faddei estaba desplomado, el pecho y cabeza perforados y ensangrentados por el ataque hasta que no quedaba rastro de vida en su cuerpo.
Miró entonces a Alena, con la respiración agitada, sudoroso y un dolor en cada parte de su cuerpo que se podía notar la falta de lucidez que tarde o temprano lo haría derrumbarse en ese mismo callejón.

—Eres una maldita idiota —Le dijo por fin, riendo, había vuelto a nacer, todo el estrés que sentía su cuerpo cobró factura inmediatamente, haciéndolo caer al instante. No podía más, y si las heridas no eran tratadas pronto muy probablemente el dolor de cuerpo sería el menor de sus problemas.
nos mates.

Entre mocos y lágrimas suplicó por la vida, y aunque Faddei lo seguía apuntando se detuvo a medio camino de tomar el arma. Un hombre pidiendo misericordia ya no sería amenaza.

—¿Qué crees que harás llorando? Están muertos, imbécil. Sí no fuiste capaz de pagar la deuda antes no hay manera de que nos pagues ahora, el jefe está furioso, tienes suerte de que te irás esta noche en vez de estar aguantando en la calle como un asqueroso vagabundo.

Faddei lo ignoró, confiándose en que el chino ya no era una amenaza, fue de nuevo a Alena.

—Mataré primero a tu amiguita, estoy seguro que van a disfrutar cogerla en el infierno.

Escuchando eso, Alessandro tomó la navaja y la aventó con la fuerza que le quedaba, y en un grito advirtiendo su acción hizo que Faddei se volteara para recibir la hoja del arma directo al ojo. Aquél gordo en un alarido de dolor se retorció por el suelo, soltó el arma y solo llevaba sus temblorosas manos hacia el ojo sin tener el valor de remov
fue suficiente para devolver la total atención del gordo en Aless, quién se iba a sentar sobre el estómago del azabache, pero este con ayuda de la navaja alcanzó a cortarle parcialmente el brazo, Faddei se quejó y no tuvo otra que retroceder, tomando así de su saco un arma y Aless no dudó en rodar en el piso a como podía, el hombre disparó y alcanzó a darle en el muslo.
Alessandró gritó, la bala había perforado sin misericordia, el ardor en sus entrañas y seguramente algún hueso roto lo hicieron gritar hasta que su garganta ardió.

—¡Hijo de perra, maldito hijo de puta! —Maldijo con todas sus fuerzas.

Faddie carcajeó, disfrutando de aquellas palabras pues vió en Aless la impotencia en hacer algo, lo apuntó con el arma mientras se le acercaba, tomaría la navaja y en caso de que Aless hiciera amago de reaccionar no dudaría en dispararle.

—P-Por favor —Suplicó en sollozos—, no nos mates, te daré el dinero para la próxima vez, lo prometo, haré lo que quieran, pero por favor no
sacó del bolsillo una navaja mientras se iba acercando con furia iracunda estilando de sus ojos, aunque a pasos lentos y arrastre de pies, se iba acercando hasta quedar detrás de él. Sobre su hombro pudo ver a Alena, llorando, sufriendo, el como su pequeño cuerpo había sido manchado en la leche del ruso, sangre y quién sabe Dios que otro fluido. El gordo parecía haber acabado varias veces, el maldito era un toro sin pastillas.
Más la sombra de él lo delató, el bastardo pudo ver la figura de Aless tras de sí. Se volvió con mayor velocidad, dándole un golpe directo al estómago que volvió al suelo entre vómito y dolor.

—Tu pequeña putita aprieta bien —afirmó el hombre después de olerse los dedos y meter la polla en el pantalón—, sí no tenías dinero para pagar tus mierdas podías habernos dado a esta niña para divertirnos un rato.

—Vete al diablo —respondió Aless entre quejidos—, tú y tu pene pequeño que ocupa niñas para sentir que puede hacer aunque sea cosquillas.

Aquello (.
de que Alena estaba cerca.
Fue silencioso, expectante, como un consumidor de snuff que sin importar cuanto daño estén recibiendo los protagonistas no piensa dejar de ver.
No sabía si vivía o moría, pero el repentino dolor volvió a alcanzarlo, lo tomó de aquél plano etéreo, recordándole el infierno que era estar vivo. Abrió despacio su ojo "bueno", ahí estaban ellos.
Era borroso, pero pudo visualizar la figura del ruso en movimientos de vaivén sobre una atormentada Alena que seguía esforzándose por escapar del asqueroso cuerpo del gordo. Sintió ira, se mordió del labio para contener las ganas de gritar hasta de lo que se iba a morir, el sabor a hierro no se hizo esperar, y no podía distinguirse provenía de los golpes recibidos o por esa autolesión.
No sabía como, ni por qué, pero pudo recuperar el control de sus manos, los gritos de Alena mermaron sus quejidos al irse incorporando sobre el asfalto, sus pies flaqueaban pero había aguante como para ponerse en pie. Alessandro (...
No había nada que podía hacer, estaba noqueado, y no sabía si para su dicha o desgracia. Daba igual, su mundo se había vuelto negro, silencioso, carente de sensaciones. Ya no era capaz de protegerla, Alena estaba sola y a mercede de las enormes manos del ruso. Aquellos gritos jamás fueron escuchados por nadie, querido Dios los había abandonado a ambos. Uno en el limbo de la nada y ella forzada al placer grotesco del enfermo que estaba montándose encima.
Los fugaces recuerdos de la niñez aparecieron como una serie de cintas cinematográficas.
Las casi irreconocibles figuras de sus padres enviándolo con un mafioso a cambio de su peso en merca, la etapa en las calles haciendo hasta lo imposible para sobrevivir, porque cuando el mundo lo había mandado a la mierda la voz de Dios fue dirigida a él.

¿Y por qué ahora no? Alessandro pudo volver a pensar en esa pregunta, todo este tiempo y ahora querido Dios estaba fuera de su alcance, no lo aconsejó que hacer, a dónde ir, ni le advirtió
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siquiera era capaz de respirar, tenía asco de su propio cuerpo y como reaccionaba. La estaban despedazando, de la peor forma posible, usando como una muñeca para el placer ajeno, una muñeca que parecía más muerta que viva.
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a nadie si no se movía y ya no podía comprobarlo.

Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas adoloridas. Estaba completamente desnuda y a merced del hombre que paseaba las manos por su cuerpo, apretando, rasguñando y marcando toda la piel a su alcance. Aunque parecía el mundo haberse vuelto sordo para ella, seguía gritando, hasta casi rasgarse las cuerdas vocales, pero no era capaz de escuchar su propia voz o las palabras que le dedicaba el sujeto, las promesas de cómo iba a disfrutar de ella y después acabar con Alessandro.

Como si el dolor punzante no fuera suficiente en su cuerpo, de pronto el mundo se tornó rojo, en algún momento de su vida, habían usado hierro caliente en su piel y esa fue la sensación más parecida a lo que experimentó en ese momento. Pateó con desesperación, gritó y arañó todo lo que estuviera a su alcance. Pero de nada sirvió, sentía como la partían en mil pedazos, como se desgarraba su interior. Asqueroso, repugnante, sintió ganas de vomitar, pero ni
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abrirle la cabeza y quebrarle algunos huesos porque el dolor de mil vidrios parecía perforar cada centímetro de su cuerpo.

Desgraciadamente apenas estaban comenzando con ella. Intentó enfocar la mirada, pero lo siguiente que supo fue el golpe con el puño cerrado en su rostro, los anillos se le clavaron en la mejilla y la tomó del cabello negro, levantando ligeramente su rostro para segundos después sentir la húmeda y asquerosa lengua pasearse por su rostro y dejarla caer mientras la risa resonaba en el lugar. No lo había escuchado acercarse por lo aturdida que estaba y que en su mente su propia integridad era lo último que le importaba. Ella podía volver y lo haría sin importar que le hicieran, pero su tío no, si lo dejaba ahí. Solo. Tal vez la próxima noche que despertara él ya no estaría. Siempre había confiado en que estaban armados, más de una vez había visto a lo que ella llamaba familia asesinar y no le importaba ser la distracción para ello, pero su tío no iba a poder matar
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— ¡No! —El grito no se hizo esperar cuando lo vio caer por segunda vez. Extendió su brazo, intentando alcanzarlo de alguna forma posible. Pero el tipo estaba entre ambos y le impedía avanzar, ya no era ella la que se aferraba a él como si quisiera mantenerlo ocupado, ahora estaba intentado llegar de forma desesperada donde Alessandro, pero su cuerpo era pequeño y era fácilmente manejada como una muñeca.

— ¡Déjame! Que me sueltes. —Lo intentaba golpear con sus puños, pero estaba segura que se estaba haciendo más daño ella al golpearlo que él al recibir cada uno de sus golpes. El tipo solo se reía, como si disfrutara de sus intentos desesperados por liberarse de las ataduras. Que eran esos brazos asquerosos. Desesperada, clavó sus dientes en él, cerca de su hombro, sintió el sabor ferroso y supo que hizo efecto cuando fue arrojada contra una columna con fuerza. Todo su cuerpo rebotó como si fuera de trapo y la parte trasera de su cabeza se sintió húmeda y caliente, el golpe debió

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