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No iba a responder, en primer lugar sería mucha información personal. En segunda no quería. Sin embargo parecía que los planes de Liz eran otros, lo tomó del mentón y forzó a que alzara la cara, se acercaba tanto como pudo en aire demandante y aunque él no se inmutó debía admitir que ese porte daban autoridad. Estaba vulnerable. Entonces sacó la lengua.

—Bleh, no me malentiendas, no soy como esos malditos emos suicidas que lloran por todo. No busco matarme, pero las cosas que hago pueden hacerlo, puedo morir, quizá en cualquier momento. Morir no me da miedo —Dio una pausa entonces, mirando a los alrededores, parecía observar a alguien—, y no puedes matarme, Liz. Quizá no sea mucho como otro juguete especial pero sé que entretengo.
 
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