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De no ser por su estado habría respondido al empujón. Pero en sus sentidos perturbados el asiático se tambalea, sus pies lo traicionan y cae de espalda contra uno de los muebles de la sala. Un fuerte dolor en la espalda lo hace reaccionar, soltando un quejido casi ahogado. E incapaz de reincorporarse se tiende al suelo, con las manos tras de sí.

—Porque lo lógico no es lo mío —dijo en quejidos de dolor—, sí no me gusta lo hago. Y sí me gusta lo dejo.
 
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