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En silencio, apartado y oscuro. Me encuentro en un punto en el que no sé si lo que digo de verdad lo digo o tan solo lo pienso, o tan solo lo contrario… A todo esto, ¿qué es este lugar?

«Recuerdo…», musité mientras tropezaba con pensamientos inconexos de un difuso pasado. «¿Qué recuerdo?». Un quiosco simplote, horas de la tarde sin hora definida, nublada, por cierto; de tamaña muchedumbre sin concierto —normal para un espacio de recreo frecuentado, ¿no?—… «¿Qué más?». Una compañía poco solida; bien estimada aun así: desenvolviéndose con su carismática afectación de siempre. «Recuerdo…».
 
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AleisterMayfield · 26-30, M
Aquel golpeteo se reprodujo una vez más con marcada fuerza y prisa. La visión cada vez tornándose en una epíteto nieve y solo nieve, borrosa, difusa… «¡¿Y Nicole?!…», exclamó confuso. «¡Que era ella!».

Devanearía poco más en esta experiencia, hasta que…
—¡Oye, bello durmiente! ¡Despierta! Je —exclamó risueño un ser que tan despreciable debió ser su apariencia que ni la oscuridad pretendía presentarlo—. Hoy es tu gran día. Je.
El joven se limitaba a escucharlo solamente. Aquel iterativo ruido de antes no era más que el de los barrotes —sonados para despabilarlo— que apenas permitían asomar los brazos y cara; habiendo además una cama de madera de coyuntura inexperta y poco más que la visibilidad no permitiría conocer. Pareciera ser una añeja prisión o algo semejante.


Solo podrían escucharse dispersos murmullos entre el centinela y su colega, y nada más…
AleisterMayfield · 26-30, M
Con una teatralidad ralentizada y una melodía provista ex nihilo —à la Light Yagami (?)— remataba cada uno de sus gestos la muchacha; antojándosele a, tanto terceros como al joven, cómica, lo suficiente para dibujar una sonrisa en su normalmente inexpresivo talante. No siendo lo único repentino, no obstante, el sonido incesante de golpes contra metal se manifestó.
—¿Oíste eso? —preguntó confundido al mismo tiempo que volvió la cabeza buscando, sin mucho éxito, el origen de dicho ruido.
Para sorpresa de él, no hubo respuesta ninguna. Tras un pronto parpadeo, el panorama era ahora sombrío y apagado.


Y regresando la mirada, la figura antes femenina no era más que un cuerpo de indescifrable sustancia —parecida a la cera— en un estado gastado, abrumante; fundiéndose con inquietante cadencia; de labios quebrantados que ostentaban su mórbida sonrisa ebúrnea y de cuencas de abismal y voraz oscuridad.

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