Roca y verdor se conjuntan para convertir a Lothlórien en una ciudad paradisíaca, desde la cual el Rey Athelstan, el Magnífico, preside sobre el Concejo de los Siete: un cabildo cuyos miembros son reemplazados cada siete años, según méritos. Siete grandes hombres ratificando o sancionando las decisiones del Rey desde el Prematorium, el gran salón construido a entradas del palacio real. Todos los ciudadanos son bienvenidos ahí, pudiendo alzar su voz para solicitar que alguno de los Siete le represente y exponga su caso ante el Rey.

El reino de Lothlórien fue dividido en cuatro regiones por los Dioses, quienes, viendo cómo sus creaciones desperdiciaban las bendiciones con que les habían colmado, separaron sus riquezas para castigarles, evitando que tuviesen los frutos de la tierra al alcance de sus codiciosas manos, o que el fecundo mar prodigara sus dones sin el viaje a través de las tierras inhóspitas de perpetuo hielo. La capital de Lothlórien, que comparte nombre con el país, fue establecida en la única zona estable entre las cuatro divisiones: en la base de los Altos Picos de Núrmengard, donde el territorio invernal comienza, justo en la frontera con las tierras primaverales de cultivo: el prolífico Vínland. Las suntuosas cascadas, los verdes jardines colgantes, alternan con la arquitectura más exquisita, donde el mármol, oro y plata encallan en los pasajes tallados en el granito de las montañas.