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El Cerebro de Asgard.
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DV1557272 · 26-30, M

- Asgard era un país que le fue privado de la luz del sol por el beneficio y salvación de un pueblo hermano, ese sacrificio representó siglos bajo el frío perpetuo en el país azul, en el extremo norte de Europa, situado en el círculo polar. Aquella tierra que jamás vio la luz del sol, ni los verdes campos y tampoco, el azul del cielo era cuidada por el máximo dios de la leyenda nórdica: Odín. Aquel día la brisa gélida recorre el invernal paraje, más allá del Valhalla se encontraba una extensión de tierra cubierta por la nieve, sepultando pilares y muros de edificaciones que no pudieron soportar el paso del tiempo; allá, limítrofe a los bosques donde alguna fauna y flora logra sobrevivir y se ve maravillada por el requiem de un joven que no supera los 19 años, de cabello anaranjado y una mirada rubí, el delgado joven usaba una armadura que lo representaba como uno de los siete dioses guerreros de la leyenda de Asgard, de la estrella Benetnasch y guardián del zafiro de Odín. Ese joven usaba una armadura color escarlata que brillaba como la luz de la luna, tocaba una lira dando una sinfonía única para cualquier oyente que percibiese las vibraciones que viajan gracias al aire, era un talento prodigio e incluso los animales silvestres como algunos ciervos, pájaros y zorros se acercaban para escuchar la melancólica canción que tocaba el joven, cuyo nombre era Mime.

A lo lejos se ve la cumbre donde el Valhalla y la gran estatua de Odín se alzaban sobre el poblado, allá estaba la representante del dios en la tierra, mejor conocida como Hilda de la estrella de Polaris y demás miembros de la nobleza de aquella ciudad, cuyo frío se comparaba con las tierras de Siberia. Mime miró aquel paisaje que traía tantos recuerdos de esa infancia vulnerable, el desamparo y soledad en la que creció, el complejo entrenamiento a manos de su padre adoptivo y la memoria de un pueblo que se resiste a las condiciones climáticas hacen que finalmente el God Warrior entone una melodía como ninguna otra, pero el requiem se detuvo de golpe, abrió sus ojos enfocando su atención a un punto perdido en el interior del cercano bosque, percibe un cosmos que le era conocido y brota paso a paso entre la oscuridad de aquel territorio. Su mirada, de pacífica pasa a una más seria, los animales se alejaron dejando el protagonismo a ambos sujetos. Y él no tenía de quién pudiese tratarse, era el brillo de Delta; el intérprete de la lira tenía un talento en particular, y era la lectura emocional de las demás personas e identificar a una persona carente de emociones, de de atribuirse culpa alguna y tener un corazón tan frío como la cascada congelada o los casquetes polares de esa región del mundo. Abandonó su posición pues estaba sentado en una gran piedra, solo espero a que ese hombre saliera de la penumbra; sostuvo entre sus manos la lira que era parte de su God Robe. Sonrió con la suficiente confianza de saber que entraría en discrepancias conceptuales con la persona que vendría, pero su lealtad al territorio que lo vio nacer y hacía Hilda, no entraría jamás en confrontación con aquel hombre que se avecinaba.


La señorita Hilda no ha convocado a una reunión, al menos no aún. ¿Cuál es tu propósito al dejar el bosque de cristal?

Encaró pese a la distancia que se tenían, parece que con sus palabras, el céfiro recorre con mayor intensidad aumentando la percepción de las bajas temperaturas, deja un silbido que quiebra la silenciosa paz que dejaba la conclusión de las notas del artista lírico, quien esperó la pronta respuesta, relajando su cuerpo por completo y buscando tranquilidad ante cualquier verborrea que pudiese emplear como una espada el God Warrior cuyo mito se desprende de las amatistas. -