—Caprichosa malcriada —quejumbroso la insultó, pero sin siquiera alzar la voz como en las determinadas circunstancias que la tenía de lienzo sangrante. Volvió a frotarse, es más; acercó una mano para que sobre su palma pusiera Mika la suya.

¿Por favor? Que la necesita.

—¿Me dirás qué le dijiste? —para hacer intercambio de información porque muchas veces lo preguntó, pero la azabache jamás fue extensa en explicaciones —. La he visto aquí y allá. Quizás la busco. Quizás me busca a mí. ¿Qué será en realidad? Me pregunto.