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Nightmare
Anna E. Clairt — 1:00 a.m
 
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AC1555631 · F
No dudó ni un segundo en tomar la mano que se extendía frente a ella, de hecho podría decirse que fue su sentido de supervivencia lo que la impulsó. Una vez fue capaz de sentir la calidez del tacto que parecía humano se jaló hasta ponerse de pie y sentirse a salvo fuera de las ataduras de un monstruo que poco a poco parecía desaparecer como bruma.

— ¿Quién eres...? — Cuestionó, entrecerrando los ojos por el exceso de luz. Por más que lo intentaba no era capaz de ver el rostro de su salvador.
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No importaba el esfuerzo ni el tiempo que la fémina le ponía a la ardua tarea de su escape porque de una u otra manera las cosas volvían a pintar mal para ella. Eso era más fuerte y la superaba por mucho, dejando en claro ante sus ojos la debilidad que siempre había poseído. La debilidad que la hizo rogar porque Jules la matara, la debilidad que le arrebató tiempo con su ahora difunto hijo, la que hizo que su segundo vástago y el amor de su vida desarrollaran un terrible odio entre ellos.

Lágrimas se formaron en sus ojos y fluyeran cuesta abajo sobre sus mejillas como resultado de su frustración. No quería dejarse abrazar por tal final pero no parecía tener ya muchas opciones. Lo terrorífico de la situación la volvió a hacer temblar así que de su garganta se escuchó un sonido triste, desesperado, una especie de ruego tácito que jamás creyó que fuera oído pero que, con una luz cegadora, encontró un salvador.
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(...) una luz que parecía provocar una extraña reacción en su atacante, convirtiendo en cenizas los tentáculos que cerca estaban y evaporando la sangre que brotaba de las heridas que Ariadnae había provocado en su enemigo.

Frente a la expresión seguramente atónita y desconcertada de Ariadnae, una delicada mano se extendía para que ella la tomara.
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De donde las viscosas extremidades eran amputadas, brotaban más, muchas más. Era como una asquerosa imitación de una hydra cuyas cabezas se multiplicaban cuando le eran cercenadas otras.

—Ari...ad...na...e...— La voz continuaba escuchándose en su interior, la misma que torturaba a la mujer para amedrentarla y dejara de luchar.

—Nadie puede escucharte, nadie vendrá a ayudarte—Respondió la tétrica voz, que Ariadnae había identificado muy bien. Samyel estaba en su interior, y no descansaría hasta poder poseerla por completo. Entonces la figura aquella sonrió. Las fauces se abrieron con una sonrisa tétrica amenazando con cortar de un mordizco, la pierna de la mujer que parecía ahora cubierta de tentáculos y sangre viscosa y maloliente.

De pronto, en medio de toda esa abrumadora oscuridad, un destello de luz se hizo presente. Cálida y protectora, el destello de un color azulado y blanco se abría paso de entre los fluídos viscosos de que cubrían el vientre de Ariadnae(...)
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cobarde sacrificio. No más.
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empezaron a caer por sus mejillas cuando sintió que algo abordaba su pierna y comenzaba a tirar de ella cada vez un poco más.

Nadie parecía ir a salvarla. Estaba sola. Tal como lo estuvo en la gema, encerrada por muchos, muchos años. No había valido la pena... Nada de nada. Había perdido a sus hijos, había perdido tiempo con su esposo... Todo por ese maldito, desgraciado Samyel.

—Hijo de perra. —¿Cómo es que después de tanto podía seguir atormentandola? Era de él la voz que la llamaba, era su esencia la que percibía pero no... No dejaría que ganara.

Haciendo acopio de toda la fuerza que le quedaba se volteó para encarar a la criatura y usando sus manos intentó romper y rasgar lo que parecían ser tentáculos; cuando se dio cuenta de que arrancaba una mínima parte con sus uñas empleó la boca, mordiendo y rasgando, sin importar el terrible asco que la sensación y el hedor le daban. "Si no luchas, mueres", lo había aprendido a la mala aquella vez en la que pidió ser apuñalada cual
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—Mierda, mierda. —Masculló entre dientes al notar como todo a su alrededor comenzaba a ponerse mucho más tétrico que antes. Ella, Lady Ariadnae, no era una mujer de malas palabras por lo que tales injurias solamente podían ser el resultado de un terrible pánico. Luchó y luchó por continuar arrastrándose lejos de la figura que ahora tenía... ¿Qué eran esos? Ni siquiera quiso que su cerebro buscará la respuesta de lo que se estiraba en su caza; la imagen por sí sola ya le daba las suficientes náuseas y una sensación de parálisis contra la que podía luchar con bastante dificultad.

—¡No!, ¡déjame! —Le ordenó pero sus dedos comenzaban a resbalarse en el barro y sus ropas pesaban cada vez más. Estaba siendo tragada por una fuerza superior, no había salvación. —¡Jules!, ¡alguien ayúdeme! —¿La escucharían? Probablemente no, no se podía ver a nadie a kilómetros enfrente y desde hace un rato que la figura de su esposo se había esfumado. —No quiero morir aquí... No quiero... —Sendas lágrimas e
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—Ari…ad…nae… —

Desde el centro de aquel profundo pozo, una tenebrosa voz le llamaba. Una voz bien conocida para ella, una voz que seguramente habia escuchado en su mente, resonando desde el interior de su propio corazón.

—Ari…ad…nae… Entré…gate… Ari…ad…nae…—

La figura extendía los brazos para atraparla, no la dejaría ir apenas la tuviera entre sus manos. Extrañas y viscosas ramificaciones brotarían de sus dedos, llenos de ámpulas y ventosas que se adherían al césped como asquerosas sanguijuelas buscando adherirse a la tersa e inmaculada piel de Ariadnae Cromwell.
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El sueño se convirtió en un abrir y cerrar de ojos, en una horrible pesadilla.

La figura de quien fuese Jules Clairt, se alejaba lentamente y sin mirar atrás, junto con el pequeño infante que corría despreocupado, lejos de la mujer que se arrastraba en el suelo para ponerse a salvo, dejando detrás de ellos, una espesa cortina de bruma.

De pronto, el cielo se oscureció cuando el sol se apagó rápidamente, dejando que las sombras de los árboles formaran espeluznantes sombras cuyas miradas siniestras se mantenían en la escena.

Una sensación de parálisis y pánico podría haber sentido la pobre Ariadnae, mientras aquella desfigurada criatura parecía dispuesta a alcanzar de nuevo a la mujer atrapando una de sus piernas. Debajo de él, desde la parte inferior de la cintura un oscuro hoyo se abría, una garganta que los llevaría a ambos a las tinieblas en cuanto la alcanzara. No importaba cuánto peleara, ni cuanto gritara, nadie podría escucharla. (...)
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Ariadnae tragó saliva, le ardía un poco la garganta merced al sol intenso pero se levantó y con mucho ánimo empezó a correr tras él cuando, de pronto, una pequeña mano se hizo de su pierna, aferrándose a la tela de su vestido. ¿Cómo? Ella no siquiera los había visto venir. ¿Quiénes eran? Giró la mirada de a poco, temerosa por alguna razón que desconocía; intentó pensar que tal vez era un niño perdido pero al encararlo solamente vio una figura de género masculino sin rosto. Como si se lo hubieran robado!

—¡No! —Gritó, cayendo de espaldas en la tierra que ya no poseía más vegetación, al contrario, era árida y fría. Intentó buscar a Jules con la mirada pero se había esfumado. No era cierto, no podía ser, ¿por qué nadie le decía lo que pasaba?

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