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Ariadnae no supo cuántas fueron las noches que pasó llorando la muerte de su hijo en brazos de su amado. Algo dentro de ella había desaparecido, una pieza importante, el amor más grande y puro que la vida le había permitido sentir. Estaba vacía y sabía que jamás iba a volver a sentirse completa sin él.
 
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[code]Suerte que ella no podía ver el rostro de Jules tras haber apartado la mirada: así no notaría esos cambios tan flagrantes. A pesar de ellos, el varón mantuvo la calma de su hablar, el tono seguro y fuerte que pretendía transmitir seguridad. —Tu familia está justo aquí... —Dijo tal frase en un volumen suave y bajo, sin perder las características anteriores, mientras atraía una vez más a Ariadnae hacia su pecho, asegurándose de que el rostro femenino quedara a la altura de su corazón; pues no quería decir que solo él era su familia, sino que los tres: Leonidas, Andrei y Ariadnae, vivían en el interior de Jules, acompañando cada uno de sus latidos hasta la muerte. Así, quería hacerle ver a su esposa que ella tenía otro tanto de esas emociones: el recuerdo perenne de su hijo mayor, y la próxima compañía del menor. —Mañana a primera hora emprenderemos el viaje, amor mío. Descansa esta noche... El día llegará más pronto de lo que piensas.[/code]
 
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