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Ariadnae no supo cuántas fueron las noches que pasó llorando la muerte de su hijo en brazos de su amado. Algo dentro de ella había desaparecido, una pieza importante, el amor más grande y puro que la vida le había permitido sentir. Estaba vacía y sabía que jamás iba a volver a sentirse completa sin él.
 
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[code]Suerte que ella no podía ver el rostro de Jules tras haber apartado la mirada: así no notaría esos cambios tan flagrantes. A pesar de ellos, el varón mantuvo la calma de su hablar, el tono seguro y fuerte que pretendía transmitir seguridad. —Tu familia está justo aquí... —Dijo tal frase en un volumen suave y bajo, sin perder las características anteriores, mientras atraía una vez más a Ariadnae hacia su pecho, asegurándose de que el rostro femenino quedara a la altura de su corazón; pues no quería decir que solo él era su familia, sino que los tres: Leonidas, Andrei y Ariadnae, vivían en el interior de Jules, acompañando cada uno de sus latidos hasta la muerte. Así, quería hacerle ver a su esposa que ella tenía otro tanto de esas emociones: el recuerdo perenne de su hijo mayor, y la próxima compañía del menor. —Mañana a primera hora emprenderemos el viaje, amor mío. Descansa esta noche... El día llegará más pronto de lo que piensas.[/code]
[code]A pesar de lo solemne y triste del momento, de las lágrimas que corrían por las mejillas de Ariadnae y aún hacían escocer los ojos de Jules aunque no brotaran, el hechicero se permitió una sonrisa al evocar la imagen de Andrei, el menor, quien más se parecía a su madre por el cabello negro y las facciones angulosas, pero tenía la pasión de su padre por el saber y lo oculto. Su expresión pronto fue opacada por el último recuerdo vívido que tenía de él: la cara de su hijo dominada por el dolor y la furia, acusándolo de haber asesinado a Ariadnae sin saber las circunstancias. Sin importar cuánto perdiera, cuán lastimado saliera, Jules había cumplido la palabra empeñada a su esposa: nunca reveló la verdad de lo sucedido aquella noche.[/code]
AC1555631 · F
[code]él por haberme perdido todo... Sus días buenos, sus días malos, sus logros... Su primer ruptura de corazón. Debo disculparme con el único hijo que me queda con vida pues mi Leonidas jamás va a poder escuchar mis excusas ni a sentir de nuevo el inmenso amor que mis brazos guardaron para él. Andrei... Mi dulce y listo pequeñito... —No pudo mantener la vista de su esposo, se parecían tanto. Ellos habían heredado las facciones amables y atractivas de Jules; verlo le recordaba a ellos y se preguntaba muy en el fondo si habían tenido una apariencia tan similar a la de su esposo en algún punto de sus vidas. O si se habían parecido más a ella. —Extraño a mi familia...[/code]
AC1555631 · F
Se permitió un minuto de silencio tras intentar asimilar las últimas palabras que Jules había dicho. "Oh, amor mío, ¿es que puedo ser tan egoísta como para darte esa pesada carga?", sabía la respuesta pero el temor al rechazo de su único hijo vivo la hacía dudar. Respiró el perfume en la piel de su amado, dejando las últimas lágrimas correr por sus mejillas antes de obligarse a detener el llanto pues sí no se calmaba no podría expresar en su tono de voz el agradecimiento que sentía por la iniciativa que ella había pospuesto tener; tras un lapso de tiempo relativamente corto separó el rostro del pecho ajeno, con el beso en su frente aún fresco, y dijo de la forma más dulce pero firme que pudo: —Yo iré contigo... Debo... — Su voz comenzó a quebrarse y sus ojos nuevamente se empañaron. La imagen de su pequeño Andrei era tan vívida en su mente que casi podía recordar la sensación en las yemas de los dedos que le provocaba el tacto con el suave rostro infantil. —Debo disculparme con
[code]—Amor mío... —Comenzó, deteniéndose casi de inmediato; ¿qué podría decir que no hubiera expresado en otras tantas noches? ¿Habría palabras que lograran aliviar siquiera un poco el corazón de su amada? Pero se lo debía, tenía que intentarlo: era lo menos que podía hacer. —Lo sé... También los extraño tanto... —Si bien Leonidas había fallecido, de Andrei no había tenido noticias desde hacía más de un siglo, aunque sus informantes en los círculos místicos filtraban algún rumor sobre él de vez en vez. Pensando en ello, Jules tomó una decisión. Se separó un poco para dejar un beso en la frente de su mujer, antes de volver a atraerla y susurrar, intentando que su voz sonara firme y cálida. —Buscaré a Andrei... Es hora de que sepa la verdad.[/code]
[code]"Ante el dolor, todas las palabras son vanas."

Años de sufrimiento, de remordimientos, habían grabado a fuego esa verdad en la mente de Jules, tanto para sus penas como para las ajenas; cuantas frases se le ocurrían para consolar a su esposa, cuantos intentos hacía por aliviar su zozobra, morían ante la enormidad de una pérdida que, si bien él había llevado en soledad durante varios años - pues Ariadnae había fallecido antes de que sus hijos fueran siquiera adolescentes, quedando bajo el cuidado de Jules -, no se compararía con el pesar de quien los había llevado en el vientre. Se mordió el labio inferior hasta hacérselo sangrar: un precio insignificante, uno de tantos que, sabía, debía pagar por sus errores. Sus dedos se aferraron a la melena de su esposa, intentando acercarla todavía más, si cabe, al pecho desnudo del varón, mientras su brazo colaboraba con tal objetivo al estrechar más la figura de Ariadnae.[/code]
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[code] originalmente. — Me duele... — Confesó con la opresión en el pecho latente. — Esto es peor que morir... [/code]
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[code] Sollozos ahogados asolaban su pecho; estaba cansada de tanto llorar y sus ojos se habían vuelto dos esferas ensombrecidas, como si las lágrimas se hubieran llevado consigo todo deje luminoso en lo que, en antaño, era el mirar más dulce del mundo. Cuando supo del fallecimiento de su hijo se desgarró la garganta gritando, maldiciendo a la vida tan cruel, deseando volver al sueño eterno; debía admitir que al inicio culpaba a Jules silenciosamente y había tenido que obligarse a sí misma a no expresarlo en voz alta pues no quería lastimarlo. Además, al final, ¿no era culpa del tiempo? O suya por haberse sacrificado de esa manera tan tonta que, de todos modos, no había servido para nada. — Oh, Jules... — Susurró, aferrando más sus dedos a la espalda contraria. No podía decir más, las noches eran duras en la soledad de ese hogar, los recuerdos de un par de siluetas pequeñas asolaban cada esquina de la casa. Aunque ni hubiera sido esa la que la familia había habitado [/code]
[code]Jules sabía que nada de lo que dijese o hiciese lograría mitigar esa pena que él mismo había vivido años atrás: una culpa más en su haber. Leonidas se había ido para siempre y, a pesar de que ambos sabían que ese momento llegaría tarde o temprano (él inmortal, ella ahora más allá de la tumba), jamás lo había visto como algo cercano, más bien como una posibilidad nebulosa; sin embargo, la realidad se había encargado de aterrizarlo cuando le arrebató a su hijo. Ya no tenía lágrimas; las había agotado todas en siglo y medio de sufrimientos y recriminaciones a sí mismo. Sin embargo, nunca le faltarían fuerzas para abrazar a su esposa cada noche e intentar reconfortarla, acariciando su melena con suavidad y paciencia mientras sus ojos veían a la nada, trayendo a su ser, una vez más, los espectros que nunca había podido alejar del todo.[/code]

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