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Ariadnae no supo cuántas fueron las noches que pasó llorando la muerte de su hijo en brazos de su amado. Algo dentro de ella había desaparecido, una pieza importante, el amor más grande y puro que la vida le había permitido sentir. Estaba vacía y sabía que jamás iba a volver a sentirse completa sin él.
 
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[code]A pesar de lo solemne y triste del momento, de las lágrimas que corrían por las mejillas de Ariadnae y aún hacían escocer los ojos de Jules aunque no brotaran, el hechicero se permitió una sonrisa al evocar la imagen de Andrei, el menor, quien más se parecía a su madre por el cabello negro y las facciones angulosas, pero tenía la pasión de su padre por el saber y lo oculto. Su expresión pronto fue opacada por el último recuerdo vívido que tenía de él: la cara de su hijo dominada por el dolor y la furia, acusándolo de haber asesinado a Ariadnae sin saber las circunstancias. Sin importar cuánto perdiera, cuán lastimado saliera, Jules había cumplido la palabra empeñada a su esposa: nunca reveló la verdad de lo sucedido aquella noche.[/code]
 
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