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Ariadnae no supo cuántas fueron las noches que pasó llorando la muerte de su hijo en brazos de su amado. Algo dentro de ella había desaparecido, una pieza importante, el amor más grande y puro que la vida le había permitido sentir. Estaba vacía y sabía que jamás iba a volver a sentirse completa sin él.
 
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[code]"Ante el dolor, todas las palabras son vanas."

Años de sufrimiento, de remordimientos, habían grabado a fuego esa verdad en la mente de Jules, tanto para sus penas como para las ajenas; cuantas frases se le ocurrían para consolar a su esposa, cuantos intentos hacía por aliviar su zozobra, morían ante la enormidad de una pérdida que, si bien él había llevado en soledad durante varios años - pues Ariadnae había fallecido antes de que sus hijos fueran siquiera adolescentes, quedando bajo el cuidado de Jules -, no se compararía con el pesar de quien los había llevado en el vientre. Se mordió el labio inferior hasta hacérselo sangrar: un precio insignificante, uno de tantos que, sabía, debía pagar por sus errores. Sus dedos se aferraron a la melena de su esposa, intentando acercarla todavía más, si cabe, al pecho desnudo del varón, mientras su brazo colaboraba con tal objetivo al estrechar más la figura de Ariadnae.[/code]
 
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