Había llegado de una larga noche de cacería y, por supuesto, no podía olvidarse de su hermano menor. Ahora que salía el sol era momento de dormir, pero no sin antes brindarle la cena. Lo particular era que parecía no llevar nada en sus manos.
Solo la punta de su lengua recorrió cada labio cuando los tuvo a cada uno entre los suyos. Por primera vez probaba el sabor de su hermano y podía serle tan adictivo como la sangre.
Cuando dejó sus labios, pasó directamente a un costado de su cuello, dejando un camino de besos lento por toda su extensión, y por último una mordida, tan suave que solo fue un roce profundo de sus colmillos.
—Jamás has sido un desperdicio. Te lo dije, yo te conozco más que él. Tu es un trésor pour moi, Adrá.
