Había llegado de una larga noche de cacería y, por supuesto, no podía olvidarse de su hermano menor. Ahora que salía el sol era momento de dormir, pero no sin antes brindarle la cena. Lo particular era que parecía no llevar nada en sus manos.
Le costó demasiado ser paciente, le suplicó con la mirada que lo dejara seguir bebiendo pero tuvo que contener el impulso de aferrarse de nuevo a su brazo, pronto entendió lo que Armand pretendía y tragó grueso, no recordaba la última vez que había mordido el cuello de alguien.
Su rostro se había cubierto de un notorio rubor y apenas tuvo el "permiso" llevó sus labios a esa herida abierta, con tal desespero que empujó el cuerpo del mayor contra la cabecera y se acomodó como pudo sobre él.
