La carita se le desencajó de sorpresa justo en el instante que su padre impuso su autoridad retirando de su poder el pequeño maní que segundos antes le pertenecía. Pudo ceder pero era una niña y no estaba en su sistema el ceder sino buscar entre las mil formas de salirse con la suya la que le diese un resultado a corto plazo. Sus ojos se cubrieron por una fina capa líquida que escapó en forma de lágrimas.
—¡Buaaaaa! Quiero mi maní, quiero mi maní...
Con una manita retiraba las lágrimas mientras que la otra, estirada, esperaba ver de vuelta el objeto robado.