La pregunta llegó una vez más, ya no era inusual, ya siquiera le descolocaba como la primera vez que se la hizo cuando él estaba molido a golpes tras una misión y ella le dio confort con su compañía, porque eran así de absurdos, a momentos parecía que se querían matar y en otros se hacían compañía de una forma no menos absurda. Exactamente como un par de perros apaleados:
"¿Me extrañarás si muero?"
Y la respuesta, claro, era la misma:—Lo haré, cada día que quede de mi existencia si te vas primero.—y no era un ritual romántico o sentimental, era la necesidad de hallarle sentido a sus vidas más allá del deber, de su lealtad al Estado, más allá de sus distorsionadas existencias a merced de sus traumas y pecados. Esos que florecían en las palabras de Ronan, en su enfermo espíritu sediento de sangre <su sangre>, ya no se asustaba cuando él se ponía así, tampoco desviaba la mirada ni le huía; no, incluso hallaba un atisbo de emoción en la pasión de(...)
