ella misma se cuestionaba como debía ser aquello que llaman sentimientos, no lo sabía, no lo entendía y tampoco le era sencillo, no a alguien que ha sido entrenado para desterrar sus propias emociones, un objeto de carne y hueso, ¿pero ahora? hablarle de su sentir era liviano, no precisamente meloso, no tenía que repetirle a diario lo mucho que le adoraba, o la lealtad ciega que para él tenía, no, un toque bastaba, un entrelazar de las manos, la caricia mustia por las mañanas o ese beso dulce que prometía un nuevo despertar al anochecer, o más significativo aún, el besar sus nudillos como ya se le había hecho costumbre.
Así mismo se bebió de golpe el licor, poniéndose en pie— Ahora... Volvamos, una niña y un perro nos esperan, ya no somos sólo tú y yo, se acabo la vida fácil, serpiente. —le alzó las cejas, aún le parecía irreal semejante cambio, aunque no por ello innecesario o desagradable.