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— Peeta... —lo llamó con ausencia, como si hubiese sido algo involuntario pero deseado desde lo más recóndito de sus cavilaciones. Carraspeó, buscando arreglar el desastre; sabía que se iría, que partiría a su casa, que sería de nuevo Peeta el panadero, peeta, el tributo, peeta, el vencedor... Peeta, el hombro que necesitaría para soportar la carga, para apaciguar sus pesadillas o al menos compartirlas; no estaba lista, no habían más cámaras, no había más que el frío rasgándole las mejillas y el espíritu volviendo poco a poco a su cuerpo. La Gira de la victoria había terminado, pero el...
 
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Cada segundo transcurrió tan lento como suave, rozando el tiempo con la seguridad de encontrarse a salvo, con la certeza de que esos labios eran los únicos que la llevaban a un plano donde sus almas atormentadas se encontraban, donde el dolor y la sangre se complementaba con el dulzor y la gentileza de un beso en inicio mustio y lento, pero finalmente profundo.
Cerró los ojos incluso, perdiéndose en su aroma, en su presencia y en ese par de manos aferrándole; respondiendo ella con sus manos entre su cuello, pasando por éste hasta sus hombros donde no dudó en internar sus dedos entre sus rubias hebras tras su nuca, necesitándolo.— ¿Cómo lo haces? —susurró cuando el beso dio pausa, dejando trémulos sus labios en cada vocablo que dudaba en salir...
 
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