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— Peeta... —lo llamó con ausencia, como si hubiese sido algo involuntario pero deseado desde lo más recóndito de sus cavilaciones. Carraspeó, buscando arreglar el desastre; sabía que se iría, que partiría a su casa, que sería de nuevo Peeta el panadero, peeta, el tributo, peeta, el vencedor... Peeta, el hombro que necesitaría para soportar la carga, para apaciguar sus pesadillas o al menos compartirlas; no estaba lista, no habían más cámaras, no había más que el frío rasgándole las mejillas y el espíritu volviendo poco a poco a su cuerpo. La Gira de la victoria había terminado, pero el...
 
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cuerpo un tanto más, pero finalmente, se renovó en fuerza para mantener su mirada fija en él, esos profundos ojos grises que aparentaban un vacío permanente, justo sobre los castaños vibrantes de Peeta, esos ojos dulces y amables.— Nunca terminará... —volvió a susurrar, rozando sus palabras entre sus labios como si fuera un secreto que dolía decir, y sobre todo, aceptar. Pero ante él podía hacerlo; eso y el acercarse poco más a él, siendo lenta, calma y hasta calculadora como el instinto de cazadora le dictaba hasta encontrarse con sus labios sobre los ajenos; en inicio fue suave, sólo un toque superficial que trajo consigo el cerrar de sus ojos a totalidad, después, vino un toque más pronunciado al ladear el rostro y buscar encajar con él de nuevo, tal y como aquella noche en la arena, como ese beso que lo había vuelto el autor de su necesidad afectiva. Quería con ello resolver sus dudas, quería ese beso tanto como el hecho de poder seguir adelante sin mirar atrás{...]
 
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