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— Peeta... —lo llamó con ausencia, como si hubiese sido algo involuntario pero deseado desde lo más recóndito de sus cavilaciones. Carraspeó, buscando arreglar el desastre; sabía que se iría, que partiría a su casa, que sería de nuevo Peeta el panadero, peeta, el tributo, peeta, el vencedor... Peeta, el hombro que necesitaría para soportar la carga, para apaciguar sus pesadillas o al menos compartirlas; no estaba lista, no habían más cámaras, no había más que el frío rasgándole las mejillas y el espíritu volviendo poco a poco a su cuerpo. La Gira de la victoria había terminado, pero el...
 
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le iba a la pequeña que había cuidado de ella y que de alguna manera le recordaba a su dulce Prim... ¿Hasta cuándo seguiría siendo así?.— Dime que todo acabará pronto, aunque sea mentira, dime que ya hemos sufrido suficiente. —la oscuridad caía sobre ambos, ahí, a unos cuantos pasos de su hogar y unos cuantos más del del Peeta, sin testigos ajenos al distrito, sólo con el frío rasgando sus mejillas, helando sus manos que buscaban refugio entre el cuello y abrigo del rubio.
 
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