[...] Y quien osara contradecirlo, simple y llanamente terminaría con los pinchos de Lucille encarnados en el cráneo; y si estaba de humor piadoso, con la cara chiclosa y carcomida por el acero vivo de la plancha de torturas.
Andaba con el ritmo de alguien que vivía en plenitud y absoluta conciencia de saberse poderoso y temido; en todo momento sonreía, gesticulaba (predominantemente mordiéndose la punta de la lengua y sonriendo socarronamente). Daba igual el momento o su acción, pues siempre daba la impresión de tener un excelente humor. Siempre podía haber una excusa perfecta para inducir al temor de sus herramientas humanas.
Te agradará ver un par de rostros conocidos.
Y habiendo sentenciado lo último, una tétrica y maliciosa carcajada de su parte hizo eco entre los abetos, mientras caminaba.
