Cualquiera podría ver extraña la forma en la que esas hermanas interactuaban, tan apegadas, cómplices de tantas decisiones y esa química que existía entre sus cuerpos, esa sed que no debía existir entre ellas pero la hechicera, era algo natural, su sangre llamaba y celosa su hermana la protegía. Al ser sujetada de su mentón emitió un suspiro profundo lleno de resignación, apoyo su mano sobre el brazo de su hermana. —Conozco mi responsabilidad, le haré encontrar la suya. Tampoco tengo otra opción si me lo pides de esta manera. - y sonrió para ella, cómplice de su petición, de sus planes. — Pero si llega a fallar, no me culpes. Esa mujer es necia, parece una pobre ave enjaulada. —
Dulcemente acarició con sus dedos la piel de su hermana. —Se trata de hacer lo necesario para la prosperidad de Britannia. Se cuánto te pesa, y que tus bellos ojos son dagas cuando la miras, se que no te agrada... Pero Guinevere es lo mejor para Britannia. ¿Lo comprendes?— Tomó su mentón entre su índice y pulgar, e hizo que levantara el rostro hacia ella.
—Quienes nacimos con sangre real tenemos una responsabilidad, Guinevere, yo... Incluso tú. Amar un capricho inalcanzable para nosotros.
Sus pupilas se mantuvieron fijas en los enigmáticos ojos de Morgan. La dejó hacer su pequeña rabieta, después de todo era una mujer inteligente y sabía donde estaba su lugar, y sobretodo, cuál era su papel. —Querida hermana, ojalá fuera amor...— Altria era incapaz de sentir algo como eso desde hacía años. Ya no era la persona que había tomado el trono mirando a su pueblo con ojos bondadosos y pacientes. Su corazón poco a poco se convertía en piedra, poco a poco perdía la capacidad de sentir toda emoción, incluso la sangre de sus enemigos era ceniza cuando brotaba de sus cuellos a causa del filo de su lanza.
Ginebra era una burla para la realeza, siempre con esa expresión triste como si todo lo que él Rey le entregaba no fuera suficiente, profeso amor y lealtad, ahora solamente se encerraba en una habitación a llorar y lamentarse por las decisiones de la corona. El pueblo comenzaba a preguntarse por ella. ¿Cómo callar algo así?, a este punto debía apartar sus sentimientos, su desprecio por esa mujer y pensar en la corona. Ya algo podria averiguar para abrirle los ojos a su ciega hermana. — No seré su dama, hermano, Hago esto por ti y por el bien de nuestro Reino. — sentenció frunciendo ligeramente su ceño sin embargo el tacto de esa mano sobre su mejilla la tomó por sorpresa. — Tu amor por ella te impide ver que ella no es capaz de mirar de frente las decisiones que debes tomar, pero haré todo lo que pueda para hacerla encontrar su lugar. — su mirada fija en la de ella, un león poderoso que en el fondo, lo único que deseaba era el bien para su pueblo, siguiendo la palabra de un chiflado y
—Pero tienes razón en algo, hermana.— La sonrisa se borró de sus labios y sus pupilas esmeralda, tan brillantes que parecían tener magia, se posaron en ella. —Guinevere debe adaptarse. Britannia a estas alturas profesa a su Reina un amor profundo. Es inspiración y esperanza, incluso las tropas luchan con mas brío cuando gritan su nombre. El reino se dividirá si ella no cumple con las expectativas. Es por eso que te necesito.— Colocó la palma de su mano en la mejilla de su hermana y se acercó, más parecía un león asechando que un ser humano. —Tú conoces a la corte mejor que nadie, incluso que yo mismo. Con tu consejo y guía, ella encontrará su camino.
No miraba a la hechicera, se había concentrado en el agua de la fuente, en su propio reflejo en ella, pero escuchaba cada una de sus palabras y en su mente podía incluso ver las facciones de ese rostro que tan bien conocía. No había escatimado en mostrar disgusto ante la idea que aceptaría solamente porque era su Rey quien lo solicitaba.
Aunque su reacción, lejos de causarle enfado, despertó su curiosidad, incluso permitió que sus labios se curvaran ligeramente en una apenas perceptible sonrisa. —Suena como una idea. Puedes llevarla a cabalgar. O pueden tejer juntas, quizás.— Pensó de nuevo en las afiladas garras de Morgan, debía cuidar ese temperamento cuando estuviese junto a la Reina, Altria conocía su posición y a pesar de ser su sangre y de que en ese momento sonreía, en tiempo de crisis no lo pasaría por alto.
Cuando caminaba así, justo de esa manera a su lado podía llegaba a pensar lo invencibles que podrían ser. Con el poder de Altria y l inteligencia de Morgan, Camelot ya se habría convertido en un imperio y el dominio del Rey se habría extendido mucho más. Sin embargo, la simple frase donde pedía ser pacientes con Guinevere casi provoca que su semblante se viera traicionado por la ira, el desprecio. — Supongo que si... Debe adaptarse. — debía recordar su posición, aun y cuándo la sangre Pendragon le daba sus privilegios no podía tropezar, menos frente a su hermana. Pero se detuvo inmediatamente ante su última petición, sintió su estómago hacerse nudo y no evitó fruncir su ceño con recelo. — ¿Cómo se supone que haré eso?, ¿Saliendo a recoger flores con ella? — le ofendia incluso ver como se atrevía a tomar algo que no le pertenecía. Pero Morgan suspiró, desvió la mirada hacia la fuente y con sus puños cerrados, aceptó. —De acuerdo, Hermana.
—Debemos ser pacientes con ella, Morgan. A pesar de que su experiencia no es nula, es joven y estoy seguro que su melancolía se debe a la soledad que siente en un lugar extraño para ella. Pero Guinevere es lo mejor para el reino justo ahora, de eso no hay duda alguna.— Dio una suave caricia en la mano de la hechicera. —¿Podría confiarte la tarea de hacer que mi Reina se sienta bienvenida en Camelot, hermana?
Era lo que se esperaba de la nueva Reina de Britannia, perfección, virtud. Por alguna razón Merlín le había advertido que tomarla como esposa quizás sería un error, pero Altria estaba convencida de que esta vez, su fiel consejero se había equivocado. Asintió a las palabras de su hermana, más su última observación hizo que su ceño se arrugara ligeramente.
—Eso es problemático.— Se detuvo junto a Morgan en una de las fuentes del jardín, en todo momento sujetaba su mano como si fuese ella a quien pertenecía el trono que estaba junto al suyo, ella se movía en la corte de forma natural, deseada y adorada por Caballeros y nobles por igual, pero tan orgullosa e inalcanzable como solo la sangre Pendragon puede ser. Por un instante la comparó con Guinevere. Eran como agua y aceite.
