-Cuan caprichoso era el destino como para encararla ante aquello que es incompatible con su propia naturaleza. Abrió poco más los ojos por meros segundos, echándose atrás como si se repeliera ante esas palabras, no con temor ni cuidado, más bien riéndose para si misma al negar con el rostro un par de veces antes de echarse atrás las largas hebras de su cabello oscuro.- Un heraldo de Dios. -Mantiene una sonrisa en su rostro, sutil al recorrerlo con la mirada sin discreción alguna- Incluso hijos y heraldos de dios guardan la imperfección del deseo por lo prohibido... -Hay nostalgia en su haber, incluso desvía la mirada en el recuerdo de alguien que como él, fue un emisario de aquel dios y quién se cruzó en su camino de forma curiosa hace varios ayeres.- Incluso tu Dios ha pecado.
- Se mantuvo en un ligero estado de conciencia alterada ante el particular acercamiento provocado por las acciones de quién le susurraba. No obstante aquel trance duró muy poco. -
« Lujuria. »
En algo tienes razón, la diversión la tendrías con aquellos que sufran tratando de resistirse ante la tentación. Yo soy un heraldo de Dios, en mí no existe el pecado. [?]
-Acercó el rostro en un acto de secretismo, incluso colocando su diestra al costado de su rostro para enfatizar en murmullo que estaría por emitir- Verás... -Comenzó. Pero no sólo su voz era aún terso sortilegio, sino el aroma que expidió: Un perfume letal que fungía como una trampa propia de su naturaleza, un pecado capital encarnado bajo el estigma de la lujuria. Aquel perfume sería capaz de traspasar la conciencia misma, perturbar la calma y mesura a favor del deseo. Sin embargo... Fue sutil, apenas y liberó un poco, pues no tuvo real intención de hacerlo sucumbir, si fuese posible.- El deseo de pecar es un mal necesario... Resistirse puede ser imposible. Y eso lo hace divertido, para mí, claro.
