No obstante, ¿en qué encontraría deleite? ¿En Thor aceptando su propuesta o verlo desgastarse físicamente por sus bien elaborados ataques? Ambas opciones hicieron florecer un cúmulo de emociones excitantes en el pecho de la diosa; no era secreto lo mucho que le gustaban las batallas cuerpo a cuerpo, pero también, adoraba torturar almas.

¿Qué hacer?

La indecisión restaba tiempo, aunque éste no corría de la misma forma que en cualquiera de los otros reinos. Helheim era eterno.



— Muy bien. Te doy la razón, el trato no sirve. La historia sabrá que rechazaste el único atisbo de bondad que te ofrecí y pasarás a ser el Dios de la estupidez. ¿Quieres el alma de tu amiga? — Inclinó el torso hacia adelante; con el dedo índice, y una suave venia, le llamó.

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