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‘.

La hora del té se vio interrumpida con el brioso azote de las puertas; las damas de compañía miraron a la entrada, donde uno de los soldados yacía acalorado y ansioso. A éste, le siguieron unos cuántos militares más, todos con la misma expresión que el primero.
◦ — Doamnā, es imperioso que nos acompañe a la celda del Este. Ha llegado... No sé cómo describirlo. No es de aquí... — Jadeante, se acercó paso a paso a la nada sorprendida reina.
 
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NdV1572328 · M
Sentía en su pecho el latir desbocado de su corazón — justo en el lado derecho a diferencia de los humanos — y su aliento caliente entraba y salía de sus fosas con rapidez. Mientras su mirada recaía en la figura femenina, Níðhöggr se preguntaba una, dos, tres veces, por qué no la había incinerado; intentó recobrar el fuego que nacía en su estómago y se impulsaba hacia su garganta pero, por más que trató, el cuerpo parecía no responderle, cual si se negara a juntar el dióxido de carbono que por naturalidad debería salir por su tráquea.

Las palabras de la reina parecieron lejanas de a poco y las imágenes que sus ojos captaban cada vez se volvían más borrosas. Tuvo apuro y, aunque nunca lo admitiría, un poco de miedo; su cuerpo estaba manifestando un cansancio atroz y una deshidratación que jamás habría experimentado de no ser por la maldición y esas necesidades humanas que esta le traía.
 
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