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{ ... } Y así de nuevo, ese aroma tan característico de ella: a jazmín y ciruelo en sus zonas más tiernas, se dejó apreciar. Era como si nada hubiera cambiado en ella, excepto que estaba notablemente más delgada, aunque... Mientras entraba al Ofuro caliente, aquello más notorio se dejó ver. En su vientre, una ligera franja rosada, como el pincelazo de un artista, marcada desde su ombligo y difuminándose hacia el Sur de su cuerpo. Su estado era un guiño que comenzaba a ser perceptible; una curva tierna de maternidad que de no ser consciente ella de las irregularidades en su luna, podría atribuir a otros factores.
{ ... }

Reestructuremos la Casa de Té, Sakuya. Comencemos con algo pequeño y vayamos haciéndonos más fuertes y conocidas, como antes. Antes de que lo pienses...

Se adelantó; y con premura. Ya que esa idea podía sugerir algo que no quería plantear.

... Esta vez fungiremos como administradoras y artistas. Serán las nuevas jóvenes quienes presten el servicio mayor. Yo tampoco puedo servir más de ahora en adelante. Simplemente no puedo, no lo haré.

No expuso su motivo; era algo difícil de decir tan a la ligera. Pero de nuevo sonrió; y de una forma dulce. Extremadamente dulce y enternecida. Pero que era vaga en cuanto a lo que quería decir. Misteriosa en cierta parte. No diría más. Lo siguiente en hacer sería entrar al ofuro; pero antes, darse un baño para quitar toda la tierra y suciedad de su cuerpo. Poco a poco, donde había una piel opaca y enterrecida, volvió a surgir el blanco tierno de su cuerpo. {...}
{...} Sin querer decir mucho más, con la misma gratitud y delicadeza de siempre, Sada le ofreció una reverencia a su hermana antes de levantarse. El ofuro, seguro, estaba ya preparado. Se había encargado de poner un poco de leña en el hornazo, justo antes de tomar un poco de alimento.

No sé si sería capaz de aceptarlo, Sa'Chan. El techo de un hogar sólo debería cubrir las felicidades y la angustia de una familia. Aunque...

Reflexionó mucho lo que estaba por proponer; era uno de esos pensamientos parte cordura, parte irrealidad.

A través de mi viaje, conocí a muchas jóvenes mujeres que han quedado huérfanas por las guerrillas. Mujeres educadas y talentosas que podríamos entrenar.


Mientras el Obi de su yukata raída era desanudado por sus manos trémulas, Sada volteó hacia su hermana. Por primera vez una sonrisa de serenidad y paz se vió atravesar su rostro, por segundos. {...}
Como nada que hubiéramos visto antes, Sa' Chan...

En efecto; y lo notó a través de la expresión ajena. Aquel té poco tenía de semejante con el que ellas servían antaño, en la Casa de Té. Sabía flojo, no dejaba esa sensación fresca y ligeramente amarga en la lengua. Ni esa sensación de casa, en el alma.

Hombres y mujeres tan altos como el techo de una choza. De cabellos rubios, y ojos con el color del mar. Y eran personas tan, tan aguerridas. Como la casta élite de los Samurái, pero tenían... Tenían "algo" más, Sakuya. Algo mítico a lo que jamás terminé de habituarme. Y por lo que, al final, decidí alejarme.

¿Qué era ese "algo" más? La extrema libertad. La extrema libertad que la sacaba de sus esquemas y la hacía temer día y noche a lo impredecible. Recordar le hizo angustiar el gesto; allí había, era seguro, una herida abierta. Punzaba profundamente, en el alma. {...}
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[...]

— Ellos están bastante bien. Les he contado historias sobre ti y están ansiosos por conocerte. Ahora están con su padre, yo me tomé la libertad de volver para buscarte a ti y a Umi... Pero me ha sido imposible encontrarla por ahora. ¿Has sabido de ella?

Inquirió, esperando la respuesta de la menor.

Los sentimientos de su hermana los sintió, ellas siempre tuvieron un lazo especial y único, que le hacía sentir de cierto modo el como se sentía Sada.

— ¿Gente distinta? ¿A qué te refieres?

Volvió a preguntar, ladeando su cabeza y tomando una taza para servirse un poco de té, el cual luego procedería a beber en pequeños tragos, disfrutando del sabor y la esencia del mismo; sin duda, no era ni en broma similar al de la casa del té.

— Sada, quiero que vayas conmigo a casa, no quiero dejarte aquí. No tengo mucho, pero lo que tengo te lo ofrezco... No puedo verte más en estas condiciones....
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[...] fueran apaleadas y/o echadas del pueblo.

Ambas fueron chicas de lo que otros veían como la vida fácil, pero en realidad ser Oiran no era nada fácil ni simple, había momentos en los que debían tragar sus emociones, dolores y/o enfermedades para atender a todo aquel que llegara a visitarlas.

Tomó las riendas del caballo y continuó el caminar hasta finalmente llegar al hostal del pueblo. Bajó a la fémina y la tomó de la cintura, echándose el brazo de ella detrás de su cuello para que lograra entrar. Pidió habitación y con ello servicio al mismo. Finalmente, al llegar a la habitación, dejó a su niñita sentada sobre la cama, mientras recibía el té, el cual ella misma sirvió con la elegancia que le caracterizaba, esa elegancia que poseían todas las Oiran, sin excepción. Entregó la taza de té y vio los pequeños y frágiles sorbos de la menor, aún se sentía preocupada por ella y tras escuchar sus palabras, esos frágiles y delgados hilos de voz que no parecían de Sada, respondió:
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Sabía del pequeño pueblo que no estaba lejos del lugar, sabía que ahí encontrarían refugio y un lugar cálido donde pasar el rato; si bien, a pesar de ella ver que a su hermana le había ido tan mal, a ella le fue de maravilla, cosa que le desagradaba demasiado. Ella siempre quiso que su pequeña Sada viviera de la mejor forma posible, que nunca perdiera el brillo de su mirada y la inocencia de su sonrisa, pero al parecer, con alejarse de la casa del té y descuidarlas, solo se encontró con una Sada melancólica, llena de historias, sí, pero con tristeza en su corazón.

No quería hacer preguntas, era claro para ella que su hermana en ese instante no estaba en condiciones y así se mantuvo en silencio en el trayecto hacia el pueblo.

Antes de llegar, colocó a Sada sobre el caballo para que lo montara, mientras ella ocultaba sus orejas y colas, dejando estas de ser visibles, luciendo como una chica común y corriente; debía tener precaución con su imagen y su identidad para que no [...]
{ .... }

Pero deseaba tomar un baño antes. Quitarse de encima la tierra, algunas ramas. Darse un respiro y poder pensar con mayor claridad. ¿Qué haría ahora? Aún no había siquiera contemplado llegar a casa, o estar cerca de allí. Menos aún de qué forma volver a hacerse de lujos. En especial con su condición, ahora...
{ ... }
¿Cómo están mis sobrinos, Sa Chan?... Deben estar enormes y hermosos... Deben ser tan bonitos, tan dulces. Quiero conocerlos. Lamento no haber estado allí para ayudarte a cuidarlos cuando alumbraste... Estuve tan lejos en el momento más hermoso de tu vida.

Pensaba mucho en ello; recordó cómo en esas tierras tan lejanas, los hombres cazaban a los zorros, tan hábilmente. Siempre le hería en el corazón ver las pielecillas blancas y rojas, tendidas al sol y bañadas en sol para curtirlas.


— Siempre te tenía en mi mente. Me preguntaba qué hacías. Me preguntaba qué rostro pondrías si te contaba las cosas que vi. Las cosas que probé, y conocí. Gente tan distinta a ti y a mí.

Por ratos se quedaba en silencio, y meditabunda. Si cerraba los ojos, su mente traía vívidos recuerdos del mar. Y la nieve, y las melenas rubias de aquellos hombres y mujeres. Poco a poco se quedaría dormida. { .... }
¿ Cómo es que Sakuya, su dulce Sakuya, le pedía perdón ? Cuando ella, su simple recuerdo, fue la segunda luz que la hacía aferrarse a la vida. Sentirse en sus brazos fue sentirse en el cielo. Como poder tomar, por fin, un trago de agua después de estar en el desierto.

No, Sakuya... Perdóname tú. Por irme así. Por ser egoísta e infantil, y buscar una vida venturosa cuando mi corazón buscaba echar raíces...

No quiso hablar más en el camino; su cuerpo y su alma se sentían heridos, agotados. Pero con una lucesita de bríos que su Sakuya le inspiraba con sus cuidados y presencia.

Cerca de ese lugar se encontraba un pueblo; humilde, pero con lo necesario. Un hostal adecuado donde dos mujeres podrían instalarse, descansar, y seguir con su procesión.

En este caso, probó poca comida. Mucho té, eso sí. Y al cabo de un rato de beber a sorbos mustios, se interesó por mirar los ojos de Sakuya. {...}

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