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LadyAmalthea · 100+, F
[...]

Su galopar, orgulloso y elegante, se detuvo en seco tras divisar un área carente de arboleda. Un minúsculo estruendo floreció entre los ollares, algo parecido a un estornudo, pues su amiga la mariposa apoyó las escuálidas patas sobre su hocico. La yegua se sobresaltó, ante el temor de ser descubierta por cualquier pastor descarriado de su rebaño. Galopó en una brisa lozana, dejando a su paso delicados hilos plateados de su crin, que en ocasiones se enmarañaban en las ramitas de los árboles y los pájaros más avispados lograban hacerse con ellos para ayudarse en sus nidos. Indagó a orillas del raso, avistando por entonces, una especie de casa en la línea yacente del horizonte. Su naturaleza curiosa la catapultó hasta aquel lugar, aún seguida por la arrulladora mariposa. Entonces, comenzaron las leyendas sobre aquellas criaturas; seres egoístas, despiadados, carentes de pelaje y con el timón del poder en todo momento.

—¿Aquí moran los humanos, mariposa?
LadyAmalthea · 100+, F
El corcel correteaba en el descenso de la falda de las montañas seguida por su gran amiga; una mariposa Morpho que le canturreaba poemas, canciones y apasionantes historias en su oído, siguiendo a la par los suaves taconeos del unicornio. Guiado por el sutil tintineo de las luciérnagas, semejantes a miles de campanitas emitiendo un retintín tan dulce como el azúcar, la llegada al valle fue una travesía casi eterna y amena. Relinchó con el más melódico de sus relinchos, alertando de su llegada a los habitantes del bosque. Los búhos fueron los únicos que hicieron acto de presencia, vigilantes ante el constante movimiento del unicornio y de los pacíficos resoplidos de los ciervos, sumidos en profundos sueños afelpados y quienes compartían la libertad de la fabulosa yegua.

[...]
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Se hizo ovillo y suspiró, mientras giraba sobre sí misma por décima vez en una hora; en la nueva postura, sintió un pequeño pinchazo con un objeto de papel: las figuras de origami que había hecho unas horas atrás.


Réplicas del unicornio, por supuesto: de todos los tamaños. Había unas cinco en total, y otras cuatro que más bien parecían intentos desafortunados y corrugados que ahora guardaban más similitud con hipopótamos rechonchos.

¿Cuándo volvería a ver de nuevo al corcel de la Luna?

Fue difícil pegar ojo esa noche; las sábanas eran más bien un amasijo de nudos y arrugas de tantas veces que se removió en el tatami, tratando de recordar cada detalle de la majestuosa criatura que conoció el día anterior.

Un corcel como ningún otro; altivo por naturaleza. El color era muy especial, mas algo que le inquietaba es que creía haberlo visto en sueños; sí, el brillo que envolvía al ser era algo parecido al brillo de la Luna. Así como estaba ahorita: redonda como un tazón, y alumbraba como el más brillante de los faroles.

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