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「七天国 公園」 の オイラン。 {+18}
About Me
About Me
[c=#BF8F60]Mi historia es, por decir menos, particular.

Mi padre era un fabricante de Sake en Fushimi-Ku, Kyoto. Mi madre una ama de casa bien establecida en una familia a la que no le faltaba nada. Mi hermana y yo fuimos bien instruidas, desde el uso de razón, en la poesía, Ikebana, la ceremonia del Chadō, el canto y la Flauta Tradicional; mi hermano, evidentemente, en la fabricación del Sake, la guerra, y el uso de la espada.

Posiblemente esa educación fue el parteaguas que me llevó a tener el lugar que ahora poseo en la Casa de Té de Yuu Sama.

Con una exitosa empresa familiar asentada desde hacía casi un siglo en la prefectura de Fushimi, y una reputación intachable, las vidas de mis padres se verían "manchadas" apenas llegada la pubertad de mi hermano mayor.

Escapándose el "heredero" al negocio familiar con una prostituta de Tokyo y quedando mi hermana mayor embarazada de un hombre con familia, sólo quedaba esperar que, a mi mayoría de edad, ningún agravio grave fuera cometido bajo mi mano. "No hacer más grande la mácula que había caído en la familia Abe"

Pero no tuvieron que esperar hasta entonces, no: la hipersexualidad comenzó a florecer en mí desde los nueve años. Todo empezó cuando encontré ese peculiar regalo de bodas que mi madre tan bien guardado tenía: un grueso tomo de Shunga (春画)


Ver las intrincadas posturas sexuales, los miembros vigorosos, los bellísimos kimonos abiertos como ventanas vulgares de placer, produjo en mí la primer lubricación de mi vida. Sin embargo, y por más extraño que te suene, jamás he recibido en mi cuerpo a un varón.

Experimentar con mis dedos mantuvo a bajo el fuego que brotaba en mis muslos; en mis senos... A veces mi madre me descubría frotándome con los instrumentos de fabricación de sake. Claro que recibía una buena azotaína, sin embargo no dejaba de hacerlo.

Todo dejó de ser lo mismo cuando aquél hombre apareció; el amigo de la infancia de mi padre. Un "sin ley", un Nobushi. Jamás había experimentado tanto deseo por algo, por alguien. Un hombre fenomenalmente tañido en musculatura y cicatrices; piel ligeramente tostada, el largo cabello recogido en un chonmage, y sosteniendo su Katana recelosamente, a cada rincón de la fábrica de Sake al que iba. Me imaginaba, cómo no, si su arma sexual era tan afilada y mortal como la suya.

Él, muy a mi pesar, me acogió como a una hija; me mostró los secretos de su técnica con la espada. Me enseñó cómo sacarle filo, cómo esgrimirla, y algunos otros movimientos defensivos en la lucha cuerpo a cuerpo. Pero jamás me instruyó en cómo luchar desnudos, en su futón.

Intenté, a como diera lugar, escabullirme en su lecho mientras era huésped de mi padre; huésped a escondidas, claro está. En ese entonces la prohibición de armas blancas a la luz del día era una ley que apenas entraría en vigor, y muchos hombres como él buscaban un plan para seguir con su antiguo estilo de vida.

Cuando, por fin, en una noche calurosa de verano, pude ver destellos de interés en su mirada, calor en sus manos, ésas manos callosas tentando mi intimidad... Cuando por fin estuve a punto de perder mi estatus de virgen, con un hombre que bien podría ser mi padre, sin estar comprometida a él, augurando la humillación de mi familia, ocurrió lo impensable: un soplón había revelado dónde se encontraba aquel peligroso "fugitivo" y teníamos a media comandancia de policía en la casona de mi padre.

Gritos, disparos y el fulgor de las espadas bailando en la oscura noche. El hombre, mi amado amor irrealizado, tuvo el noble gesto de ocultarme en el clóset de la fábrica de Sake.

No hubo sobrevivientes aquella noche y aún no me explico cómo, aún tras ver el cadáver de mi padre y madre, sólo sufrí al ver el cuerpo inerte de quien pudo ser mi amante. Mi dulce Nobushi, mi Mentor.

Aún recuerdo que su cara y manos estaban tibias y mojadas en sangre cuando me monté en su cadáver. Enfermizamente traté de hacer el amor con su cuerpo todavía tibio. Pero fue imposible; mi amado Samurái jamás pudo llevarse mi flor al otro lado.

Pero él trajo algo consigo. Algo que comencé a percibir esa noche, con su sangre entre las piernas, en las manos, y su Katana a cuestas.

Fue esa noche la primera en que tuve contacto con los Obake (お化け) y Bakemono (化け物) del pueblo. Podía verlos, sí. Siempre tuve esa sensibilidad para percibir la energía de un Kappa en los estanques, o de la de los Funayūrei en los bosques. Pero ésta vez podía verlos, deambulando por allí.

Pasaron quince soles para mí, vagando de hostal en hostal; servía lavando platos, a veces haciendo las recámaras. La Katana era mi secreto mejor resguardado; durante las madrugadas practicaba con ella, pero sólo y siendo sincera, sólo parecía como una niña tonta ahuyentando las luciérnagas con el filo agudo del arma.

A la primer veintena me encontré casi muerta de inanición; el último hostal donde me recibieron fue el primer lugar que contaminé con mi capacidad como puente entre el mundo espiritual y el terrenal.

Mientras hacía el aseo de la sala de té de aquél sitio, justo al sentir el calambre de mi Luna azotando mi vientre, sentí cómo la energía de Byakko transitaba por mi cuerpo. Lo percibía, como un rayo acalorado viniendo del
oeste hacia mí. Quería vomitar, quería llorar; la sensación era asquerosa. Un poder terrible que me haría explotar las venas si seguía así; no supe si convulsioné, no supe qué pasó. Hasta que caí en cuenta que había atacado a alguien.

Tras ver que de nuevo era yo, me echaron a golpes del sitio; qué humillante situación tras haber sido una hija de casa, retoño de un hogar de clase media-alta, protegida, mimada, a ser una triste y vulgar sirvienta hecha en los huesos, mendigando por comida pero suficientemente orgullosa y melacólica como para vender aquella Katana por un poco de arroz.

Sí. Fue en aquella veintena cuando me crucé con Sakuya.

Tirada en el pasto húmedo, con el cuerpo lleno de llagas por los golpes rezagados y algunas cigarras en el cabello, no supe mucho de mí hasta que me encontré en la casa de Té de Yuu Sama.

Cinco años han pasado desde ese día; fui adoptada entre las hijas, las "Flores del Jardín de los Siete Cielos". Me han instruido en el Shamisen, el Koto y el Shakuhachi. Así mismo he estudiado más sobre los poetas nacionales y, cómo no, Sakuya Chan ha sido bondadosa al enseñarme sobre las técnicas amatorias orientales.

A pesar de todo ello, y por muy increíble que parezca, aún no ha llegado mi momento de incursionar en el negocio "familiar"; sigo siendo la Virgen en la Casa de Té, y no me preocupa: de todas formas sigo soñando con mi amado Nobushi; con mi amado Takeaki San. Sólo deseando que el primer hombre en poseerme sea parecido a él. O mejor, incluso.

La Katana quedó en posesión de Yuu Sama. Yo misma se la ofrendé en pos de agradecimiento. Cada día me esfuerzo en mejorar mis dotes artísticas, sin embargo, aún no soy buena controlando las posesiones de los Obake y algunos demonios y dioses menores; a veces despierto con las características de Byakko, con las orejillas y, en contadas ocasiones, la cola anaranjada de un tigre. Otras veces fría y con nieve en la boca, probablemente porque dejé pasar "sin querer" , a la Dama de la Nieve.

Finalmente, las lunas pasan en compañía de mi nueva familia. De la anterior poco o nada recuerdo.

Nada mas que esa noche de verano, y los dedos de mi Samurái nadando en mi mar de sal...~

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