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¡U - umf! ¡F- fhm!

Como era de esperarse, el paso de la joven no se dió abasto para huir del soldado; todo sucedió en tan rápido como trastabillar, perder una de sus sandalias, intentar gritar y escuchar su propia voz ahogada contra la mano grande del desconocido.

Y luego, ¡oh! El agudo dolor en su brazo la hizo chillar.

Para una mujer acostumbrada a la vida tranquila, sin un solo vestigio de trabajo duro en sus manos o de pecas de exposición al sol, con la suavidad de su piel y varias otras características que hablan de su cómodo entorno, el sometimiento de su brazo podría sentirse como el más intenso de los dolores que ha experimentado.

¡P - p...e...d - ad!

"¡Piedad! ", imploró. En sus expresivos ojos rasgados gritaban el terror y la sumisión.

«…»

 
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