Esas palabras hicieron hervir su sangre, se dirigía a ella con total posesión y la hechicera se negaba a aceptarlo. Cuando entre ellas se resguardaba un pecaminoso secreto, una unión prohibida que por evitar toda humillación el Rey la obligó a callar, un hijo, su propia sangre y la maldición de su apellido caía sobre sus hombros. ¿Por esto es que era castigada?, ¿Por esto le pertenecía y debía obedecer cada orden y capricho que el Rey comandaba?. Siguió fijando su mirada en la de ella, fría, indiferente. — ¿Qué placer extraño te provoca esto, hermana? —
La mano izquierda estaba cerca de su mejilla. El frío metal dio un par de caricias en la piel blanca. Sus pupilas verdes fijos en los ojos enigmáticos de la hechicera... No como su sangre, ni como una pareja. Era una expresión posesiva. —No calles, hermana. Me gusta escucharte hablar, aunque sean palabras ruines.
Una peculiar calidez invadió su cuerpo, no era amor, no era confort... Era una maldita necesidad que ni ella misma podía comprender. ¿En qué momento comenzó a tener tanto control sobre ella?, pero, no existía manera alguna de oponerse a sus palabras. No hubo palabras para refutar las de su hermana.
