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Le sonrió y trató de recordar la forma en la que contaba las historias para arrullarlo, más que emocionarlo, y llevarlo poco a poco al mundo de fantasía. —Érase una vez, en una tierra muy, muy lejana, que vivía un pobre chico llamado Aladino... —Relató, con una voz suave y un tono de cuentacuentos—. Un día, Aladino iba a recolectar frutas para vender en el mercado, cuando se encontró con un hombre imponente, con barba y una oscura mirada... —Agregó algo más de emoción a esa parte, pues a él mismo le emocionaba. Kalim y él conocían ya esa historia y sabían que ese hombre era el Hechicero de la Arena.

Así prosiguió, relatando la impresionante historia del Hechicero que hizo grandes hazañas por conseguir su más preciado tesoro, la lámpara mágica.
 
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