Pero Jamil... - ahora se sentia algo culpable con el pobre muchacho que saltaba peor que una rana. Sabía que Jamil había usado su magia única en él y sabia que estaba enojado, aunque él dijera lo contrario. Ahora el dilema era ¿hablar o simplemente callar? Cuando Jamil se enojaba era dificil quitarle el mal humor. - No era necesario que lo castigaras así, terminara muerto del cansancio. - Se dejo limpiar el rostro tratando de ocultar los nervios que sentía. - El maquillaje no importa, además... te conozco demasiado bien y sé que estás molesto.

—¿Quién dice que estoy enojado? —Pronunció sombrío, mientras el otro empezaba a gritar porque había apretado y torcido todavía más la muñeca. Miró a la otra persona fijamente y sus ojos brillaron en rojo—. Él no volverá a pensar en tocarte, porque sabe que algo bastante malo le podría suceder. Y se irá a ese árbol de allá, a saltar la cuerda diez mil veces, en cincuenta series de doscientos saltos. —Sus ojos dejaron de brillar y el joven, muy asustado, se fue hacia el árbol señalado y comenzó a saltar, mientras él, tranquilamente, tomaba el rostro de Kalim y lo limpiaba con una toalla húmeda—. Te arruinó el maquillaje.

Jamil! pero no hizo nada malo, solo estaba ayudandome un poco con el maquillaje. - Dijo todo inocente pues él nunca desconfiaba de las personas que se le acercaban y justamente esa persona había dicho algo de corregir una pequeña mancha de maquillaje de su rostro - No te enojes...

Aparta la mano del insolente y pobre infeliz, apretando la muñeca con tal fuerza que podría lesionarlo; sin embargo su expresión se mantiene forzosamente tranquila. —Oi, Kalim, ¿acaso dejas que cualquiera te toque el rostro? ¿Qué pasa si hay veneno o si viene con intenciones raras?