Moroha achinó los ojitos. ¿Qué sucedía con Inuyasha ese día? Normalmente, y como era de esperarse ya que la personalidad de ambos era increíblemente parecida, estarían en un choque de emociones, con gritos estallando por todo el lugar.
Cruzó los brazos y le miró con la misma extrañeza. Dado a que no estaba familiarizada con el cariño o atención de un papá, Moroha desconocía cómo actuar frente a él.
— ¿Hm? ¿Crees que no me alimento bien? ¡Soy la gran Beniyasha! Si no me alimentara bien, ya habría muerto hace mucho tiempo.
Pero… Nunca me negaría a esa deliciosa comida que Towa trae del futuro. ¿Piensas darme un poco, no? —
A veces se relajaba con sus pensamientos más de lo que debía. Pero si algo (todo, en realidad) lograba alterarlo, era esa actitud insolente de su primogénita, cuando él más dócil se hallaba.
El Hanyō inspiró a profundidad, cosa que nunca antes había practicado para calmarse. Avanzó hacia la menor y tuvo que contener el impulso de abrazarle, limitándose a colocar una mano sobre su pequeño hombro.
— Debes comer más desde ahora, enana. Lo harás desde ahora.
El agudo oído de la Shinhanyō percibió el gruñido de Inuyasha. Llevó la mirada a él, puesto que no estaba tan lejos y, extrañada, pestañeó rápidamente.
