— ¡Jéh! Me alegra que lo preguntes. Tendrás que usarlo... ¡¡POR SIEMPRE!! —
Varió el timbre de su voz en un claro afán por molestarlo. Apostaba que el temperamento de Inuyasha era tan frágil como el propio, sólo que ella lo sabía esconder bien. Entonces, tomó asiento junto a él; la misma pose, casi.
— ¿Y por cuánto tiempo es que debo usar esto? ¡No me gusta nada!
No se dejó sorprender por ese comentario. Mientras veía su propio reflejo en un espejo trataba de bajar su coleta, halándola con fuerza hacia abajo para que no se notara el moño. Entonces se le vino a la mente la imagen de ambas cuando trazaban un calendario lunar. Bien sabía que su hija contaba las noches para tramar triquiñuelas como aquella. ¿Y a él que le quedaba? Aguantarse.
— ¿Confundirme...? Algún día, cuando crezcas a ti podrían confundirte con el gran InuYasha, ¡si no dejas de copiarme en todo! —en varias ocasiones no podía dejar ni su inocencia ni su mal carácter de lado. Sólía ponerse al tú por tú con ella. Era tan fácil cuando Moroha era tan maliciosa y altanera como él, hablaba y se expresaba igual. Lógicamente no podía pedirle algo como que "dejara de copiarle", era algo que ella llevaba en su sangre. Siempre veía en ella un reflejo de sí mismo.
— Admito que el parecido es razonable. Las noches de luna nueva son ideales para hacer apuestas con papá. — Dijo con un ligero tinte maldoso. Había algo en su interior que disfrutaba molestar a InuYasha, tal vez era el parecido extremo entre sus personalidades, mezclada a la efusividad de Kagome. Aprovecha que el híbrido está sentado para acercarse y acomodarle el lazo. Después, se hizo de una sonrisa traviesa.
— Espero que no te confundan con la gran Beniyasha. No quiero que te adueñes de mi buena reputación como cazadora. — {?}
Se cruza de brazos con indignación. Se le ocurrieron mil maneras de protestar por hacerlo pasar por otra humillación más, pero se limitó a encoger los hombros y torcer una mueca de disgusto; perdió la apuesta, después de todo.
Con un débil gruñido expresó su indignación, aunque una pequeña parte suya lo disfrutaba. Hasta ahora no había conocido un sonido que le gustara más que el de la risa de Moroha. Al verlas a ambas, a Kagome y a su hija, sólo se daba cuenta de una cosa: su vida estaba completa.
