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No se había puesto guantes. Su sangre en las manos desnudas le resultó extraña... Era una parte suya, la única que podría tener. Por eso la conservó más tiempo, hasta que se secó, y se deshizo en un polvo rojizo que el viento se llevó.

Era lo único que podría tener suyo. La sangre de sus heridas abiertas.
 

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